Yo, o lo que fuera entonces, navegaba por el plácido mar materno, cuando, un día de agosto, doscientos antes de mi nacimiento, y contando la misma edad que ahora yo tengo, del mester de la vida dimitiste. Europa iba saliendo de la última resaca de su historia o acaso de la Historia. En el albergo, La lámpara de mesa reunía quince tubos vacíos en el cerco de su luz mortecina, y, desde la penumbra, la tersa baquelita del teléfono parecía usurpar las imposibles formas de un noble buda de ébano.
No te preguntaría, aunque pudiese, si abajo resplandece un alba de oro viejo, pero saber quisiera de quién eran los ojos con que salió a tu encuentro, qué rostro de mujer te reclamaba desde los tenebrosos ejidos del silencio. Pavesa desprendida de los rescoldos del reciente incendio que ya se nos perdía, hacia la noche profusa de los tiempos, ¿qué banderas contrarias tremolaron delante del espejo? ¿Oíste una voz ronca en medio de las voces del ronco griterío que precedió al descenso? ¿Puso el amor esquivo un poco de dulzura en tu copa de sombra, olvido y desaliento?
Destartaladas ediciones de tus libros de versos, que me hicieron antaño menos ardua la triste travesía de un tramo del infierno, me acompañan también en esta hora, bajo el rigor del trueno. Releo en la alta noche las líneas de tu diario que mas me conmovieron, y con ellas regresan imágenes soñadas tantas veces: las flores de un almendro en los bancales de Brancaleone; Santo Stefano Belbo, escondido en el norte partisano, y los ríos ligures que morirán muy lejos: en otro mar, lejano camarada, en otro mar, como la vida, ajeno.
Te has decidido, Rufo, a probar suerte en un certamen de provincias donde ejerzo casualmente de jurado, y encuentro razonable que me llames, al cabo de diez años de silencio, preguntando qué pasa con mi cátedra,
Yo, o lo que fuera entonces, navegaba por el plácido mar materno, cuando, un día de agosto, doscientos antes de mi nacimiento, y contando la misma edad que ahora yo tengo,