Te has decidido, Rufo, a probar suerte en un certamen de provincias donde ejerzo casualmente de jurado, y encuentro razonable que me llames, al cabo de diez años de silencio, preguntando qué pasa con mi cátedra, qué fue de aquella chica pelirroja con quien ligué el ochenta en Jarandilla, cómo siguen mis viejos, si padezco todavía del hígado y si he visto a la alegre cuadrilla del Pecé. Pues bien, ya que deseas que te cuente de mí y mi circunstancia, has de saber que un punto de Alcalá me la birló, en Jodellanos gran especialista, a quien pago el café cada mañana y sustituyo volontiers los días en que marcha a simposios en San Diego, en Atlanta, Florencia o Zaragoza. Se casó con Gonzalo. El hijo de ambos va al colegio del mío, pero en vano acudo a todas las convocatorias, reuniones, funciones navideñas. La pícara me elude, y yo departo interminablemente sobre fútbol con el cretino del marido, mientras asesinan los críos una sórdida versión del Cascanueces. Bien conoces al pelma de Gonzalo. Creo, incluso, que fuiste tú quien se lo presentó. No pruebo ni una gota últimamente, después de la biopsia. Te confieso que añoro aquellos mares de vermú, aunque el agua es sanísima. Vicente, antiguo responsable de mi célula, es viceconsejero de Comercio por el Partido Popular, y, claro, se mueve en otros medios. Otra gente parece preferir ahora Vicente. Mis padres van tirando. Cree, Rufo, que nada tengo contra ti. Al contrario, te recuerdo con franca simpatía. Sobradas pruebas de amistad me diste en el tiempo feliz de nuestra infancia. Es cierto que arruinaste mi mecano, que me rompiste el cambio de la bici, que le contaste a mi primera novia lo mío con tu prima, la Piesplanos. Eras algo indiscreto, pero todos tenemos unos cuantos defectillos. Veré qué puedo hacer. No te prometo nada: somos catorce y, para colmo, corre el rumor de que Juan Luis Panero.
Te has decidido, Rufo, a probar suerte en un certamen de provincias donde ejerzo casualmente de jurado, y encuentro razonable que me llames, al cabo de diez años de silencio, preguntando qué pasa con mi cátedra,
Yo, o lo que fuera entonces, navegaba por el plácido mar materno, cuando, un día de agosto, doscientos antes de mi nacimiento, y contando la misma edad que ahora yo tengo,