Puedo tocar tu mano sin que tiemble la mía, y no volver el rostro para verte pasar. Puedo apretar mis labios un día y otro día... y no puedo olvidar.
Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente, casi aburridamente, sobre un tema vulgar, puedo decir tu nombre con voz indiferente... y no puedo olvidar.
Puedo estar a tu lado como si no estuviera, y encontrarte cien veces, así como al azar... puedo verte con otro, sin suspirar siquiera, y no puedo olvidar.
Ya vez: Tú no sospechas este secreto amargo, más amargo y profundo que el secreto del mar... porque puedo dejarte de amar, y sin embargo... ¡no te puedo olvidar!
Donde quiera en las noches se abrirá una ventana o una puerta cualquiera de una calle lejana, no importa dónde ni cuándo, puede ser donde quiera: ni menos en otoño, ni más en primavera.
Desde este mismo instante seremos dos extraños por estos pocos días, quien sabe cuántos años... yo seré en tu recuerdo como un libro prohibido uno de esos que nadie confiesa haber leído.
Amamos porque sí, sencillamente porque sí, sin saberlo, como cuando la espiga se levanta, como la lluvia cuando está cayendo, como el viento que pasa y no lo sabe y sin embargo, pasa y es el viento.
Vengo del fondo oscuro de una noche implacable y contemplo los astros con un gesto de asombro. Al llegar a tu puerta me confieso culpable y una paloma blanca se me posa en el hombro.
Y comenzaremos juntos un viaje hacia la aurora. Como dos fugitivos de la misma condena. Lo que ignoraba antes no he de callarlo ahora: No valías la pena.