Dejé mi copa en el brocal maldito. Grité hacia abajo, hacia el profundo hueco, pero el coro sarcástico del eco me devolvió multiplicado el grito.
Llegaba tarde: el pozo estaba seco. Un gran golpe de viento llenó el pozo, y, al recorrer su vertical garganta, en su más honda hondura oí un sollozo, donde cantaba el agua y ya no canta...
Brillaba entonces la primera estrella, pero el anochecer amanecía cuando me puse a comparar aquella profunda sed del pozo con la mía.
Y allí dejé mi copa abandonada, con un tardío gesto de homenaje por quien se supo dar sin pedir nada al que calmó su sed y siguió el viaje...
Y allí, junto al brocal ennegrecido, y el cubo roto y la inservible rueda, comprendí que no cabe en el olvido la ingratitud de un agua que se ha ido ni el espanto de un pozo que se queda...
Así estás todavía de pie bajo la lluvia, bajo la clara lluvia de una noche de invierno. de pie bajo la lluvia me llega tu sonrisa, de pie bajo la lluvia te encuentra mi recuerdo.
Y comenzaremos juntos un viaje hacia la aurora. Como dos fugitivos de la misma condena. Lo que ignoraba antes no he de callarlo ahora: No valías la pena.
Amamos porque sí, sencillamente porque sí, sin saberlo, como cuando la espiga se levanta, como la lluvia cuando está cayendo, como el viento que pasa y no lo sabe y sin embargo, pasa y es el viento.
Vengo del fondo oscuro de una noche implacable y contemplo los astros con un gesto de asombro. Al llegar a tu puerta me confieso culpable y una paloma blanca se me posa en el hombro.