¡Qué hermoso nacer para esto que nacemos!, de José Antonio Muñoz Rojas | Poema

    Poema en español
    ¡Qué hermoso nacer para esto que nacemos!

    ¡Qué hermoso nacer para esto que nacemos! 
    Para entregarle cada día al sol nuestros cuerpos, 
    y los cabellos al mensaje que la lluvia les trae; 
    para escuchar alternativamente a la esperanza y los pájaros. 

    ¡Qué hermoso nacer entre praderas, 
    o entre collados que nos dicen: «Recuéstate»; 
    ir con el indolente pie dudando 
    si usar de la oferta de sombra que la nube y el árbol, 
    a una con su belleza, nos brindan! 
    O entre ríos que sólo tienen palabras de dulzura. 

    ¡Qué hermoso nacer para entregarse a los hermosos cabellos 
    que, extendidos, son ríos que de pronto se callan, 
    dejando ardiendo los deseos renovados del aire, 
    y los hombros, remansos del cuerpo, 
    donde la pasión se reclina y refresca, 
    y las cinturas y las piernas como saetas! 

    ¡Qué hermoso nacer y darse al gran amor de la tierra, 
    y ofrecerle materia y lugar de expresarse; 
    qué hermoso escucharlo cuando el sol se nos pierde, 
    y saber que sólo se trata de un viaje pasajero, 
    que continuamos y continuamos, que somos expresiones, 
    que el agua está entendiendo lo que digo 
    tan bien como tú a quien mi canción se dirige! 

    ¡Qué hermoso pensar que el mar es dondequiera, 
    extensión dondequiera, de aguas convocadas, 
    que en azul o que en verde le contestan al cielo, 
    como tus ojos, que responden con color a los míos! 
    Y si digo «Tierra», pienso lo que piensas, 
    lo que todos sentimos, compañía 
    y morada donde el amor tuvo nombre, 
    lugar que nunca rehusó asilo 
    a miembros humanos por cansados que fueran. 

    Y entre tantas cosas que de amor son motivo, no hay sitio 
    para nada que el amor no proclame; 
    que todo lo que se nombra tiene belleza en nombrarlo, 
    incluso esta canción que a ti va como un ave. 
    Hermoso, por la virtud que confiere a las cosas, 
    el nombre, con sólo rozarlas, 
    las saca a la vida donde no hay resquicio 
    para nada sin nombre o belleza. 

    ¡Qué hermoso nacer y sacarle a los pechos de nuestras 
    madres esa leche de tan blanca hermosura, 
    y amarla, y a las cosas, e irse diciendo: 
    «Esta es la lengua del amor, y no hay otra; 
    y quien no hable de amor no ha nacido, 
    que sólo al amor se nos dio nacimiento». 
    Decir amor y perderme es lo mismo, 
    mas no decirlo es peor que la muerte; 
    que en un instante abre el sentido a todas las hermosuras. 

    ¡Qué hermoso nacer para morir, 
    y repentinamente ver la claridad que el agua y la llama llevan en sí mismas, 
    y ver la contenida hermandad de muerte y belleza, 
    la obra de Dios entre las obras! 

    ¡Oh, qué gran rosa en las manos la muerte! 
    ¡Oh sombra que aclara las sombras! 
    Esta gran rosa, la muerte, nos fue dada 
    porque entre tanta hermosura vamos a ciegas, 
    porque los ojos son chicos y el mar inmenso, 
    y el tiempo de ver reducido sin tino, 
    y las cosas con un revés que no alcanzamos. 

    Mas con esta rosa, Señor, ya no hay duda, 
    sino hermosura doquier que es tu nombre. 

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