Para que algo quede de este latir, para que, si alguien quiere mirarse, pueda; para calmar quizá alguna sed, y que alguien diga «a mí me pasó algo semejante».
Los poetas estamos para eso: para ofrecerles tránsito a los demás, para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que divisen un poco más allá, en medio de tanta oscuridad como nos circunda. A veces nada tiene sentido, ni siquiera que me des la mano o ese limón redondo tan bello en la vereda. A veces lo que tiene sentido no tiene sangre, ese poco de sangre por la cual se muere. Todo es ganas de morir de otra manera, ganas de imitar a los ríos y que la tierra vea que hay otras aguas y otras penas, y los cielos contemplen misericordiosamente nuestras peregrinaciones.
Tu oficio, poeta, es contemplar, que todo se te escriba dentro; luego, quizá leer allí mismo, quizá decir a los otros lo que allí mismo, escrito, tú lees.
A mí me ha sucedido muchas veces ir caminando y encontrarme de pronto una palabra que había dicho hace tantos amores a estas horas, hace tantos latidos y amarguras, cuando la adolescencia. Ella tenía aproximadamente dieciocho
Para que algo quede de este latir, para que, si alguien quiere mirarse, pueda; para calmar quizá alguna sed, y que alguien diga «a mí me pasó algo semejante».
¡Qué hermoso nacer para esto que nacemos! Para entregarle cada día al sol nuestros cuerpos, y los cabellos al mensaje que la lluvia les trae; para escuchar alternativamente a la esperanza y los pájaros.