La casa del silencio se yergue en un rincón de la montaña, con el capuz de tejas carcomido. Y parece tan dócil que apenas se conmueve con el ruido de algún árbol cercano, donde sueña el amoroso cónclave de un nido.
Tal vez nadie la habita ni la quiere, Y acaso nunca la vivieron hombres; pero su lento corazón palpita con un profundo latir de resignando, cuando el rumor la hiere y la sangra del trémulo costado.
Imagino, en la casa del silencio, un patio luminoso, decorado por la hierba que roe las canales y un muro despintado al caer de las lluvias torrenciales.
Y en las noches azules, la pienso conturbada si adivina un balbucir de luz en sus escaños, y la oigo verter con un ruido ya casi imperceptible, contenido, su lor paternal de tres mil años.
Pero en las zonas ínfimas del ojo no ocurre nada, no, sólo esta luz -ay, hermano Francisco, esta alegría, única, riente claridad del alma. Un disfrutar en corro de presencias, de todos los pronombres -antes turbios
La casa del silencio se yergue en un rincón de la montaña, con el capuz de tejas carcomido. Y parece tan dócil que apenas se conmueve con el ruido de algún árbol cercano, donde sueña el amoroso cónclave de un nido.