Pero en las zonas ínfimas del ojo no ocurre nada, no, sólo esta luz -ay, hermano Francisco, esta alegría, única, riente claridad del alma. Un disfrutar en corro de presencias, de todos los pronombres -antes turbios
La casa del silencio se yergue en un rincón de la montaña, con el capuz de tejas carcomido. Y parece tan dócil que apenas se conmueve con el ruido de algún árbol cercano, donde sueña el amoroso cónclave de un nido.