Canta, me dices. Y yo canto. ¿Cómo callar? Mi boca es tuya. Rompo contento mis amarras, dejo que el mundo se me funda. Sueña, me dices. Y yo sueño. ¡Ojalá no soñara nunca! No recordarte, no mirarte, no nadar por aguas profundas, no saltar los puentes del tiempo hacia un pasado que me abruma, no desgarrar ya más mi carne por los zarzales, en tu busca.
Canta, me dices. Yo te canto a ti, dormida, fresca y única, con tus ciudades en racimos, como palomas sucias, como gaviotas perezosas que hacen sus nidos en la lluvia, con nuestros cuerpos que a ti vuelven como a una madre verde y húmeda.
Eras de vientos y de otoños, eras de agrio sabor a frutas, eras de playas y de nieblas, de mar reposando en la bruma, de campos y albas ciudades, con un gran corazón de música.
El alemán de Bonn identificaba todos los sones de la naturaleza: el del mar, el del río, el del viento y la lluvia, el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco. Un día, cantó un ave, y él no oía su canto: fue la primera señal de alarma.
Las nubes puestas a secar al sol. Los ciruelos condecorados por la primavera. Abril, de manos húmedas, acaricia la frente de los arces. La lengua púrpura del atardecer lame la curva de las lomas de plomo y las convierte en carne tibia.
Vistió la noche, copo a copo, pluma a pluma, lo que fue llama y oro, cota de malla del guerrero otoño y ahora es reino de la blancura. ¿Qué hago yo, profanando, pisando tan fragilísimo plumaje? Y arranco con mis manos
Esta casa no es la que era. En esta casa había antes lagartijas, jarras, erizos, pintores, nubes, madreselvas, olas plegadas, amapolas, humo de hogueras... Esta casa no es la que era. Fue una caja de guitarra. Nunca se habló
Tal vez porque cantamos embriagados la vida crees que fue con nosotros lo que tú llamas buena. Puedes aproximarte, puedes tocar la herida de amargura y de sangre hasta los bordes llena.
Sé que el invierno está aquí, detrás de esa puerta. Sé que si ahora saliese fuera lo hallaría todo muerto, luchando por renacer. Sé que si busco una rama no la encontraré. Sé que si busco una mano que me salve del olvido
En esta encrucijada, flagelada por vientos de dos ríos que despeinan la calle y la avenida, pisoteada su negrura por gaviotas de luz, descienden las palabras a mi mano, picotean los granos de rocío, buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.