Llegada al mar, de José Hierro | Poema

    Poema en español
    Llegada al mar

    Cuando salí de ti, a mí mismo 
    me prometí que volvería. 
    Y he vuelto. Quiebro con mis piernas 
    tu serena cristalería. 
    Es como ahondar en los principios, 
    como embriagarse con la vida, 
    como sentir crecer muy hondo 
    un árbol de hojas amarillas 
    y enloquecer con el sabor 
    de sus frutas más encendidas. 
    Como sentirse con las manos 
    en flor, palpando la alegría. 
    Como escuchar el grave acorde 
    de la resaca y de la brisa. 

    Cuando salí de ti, a mí mismo 
    me prometí que volvería. 
    Era en otoño, y en otoño 
    llego, otra vez, a tus orillas. 
    ( De entre tus ondas el otoño 
    nace más bello cada día. ) 

    Y ahora que yo pensaba en ti 
    constantemente, que creía... 

    ( Las montañas que te rodean 
    tienen hogueras encendidas.) 

    Y ahora que yo quería hablarte, 
    saturarme de tu alegría... 

    ( Eres un pájaro de niebla 
    que picotea mis mejillas. ) 

    Y ahora que yo quería darte 
    toda mi sangre, que quería... 

    ( Qué bello, mar, morir en ti 
    cuando no pueda con mi vida. )

    José Hierro nació en Madrid en 1922 y en la misma ciudad murió el 21 de diciembre de 2002, aunque se consideraba santanderino de adopción y fuera titulado como Hijo adoptivo y Poeta de Cantabria. En su obra, tan rica en matices rítmicos como en empaque conceptual, se han fraguado las tendencias más válidas de la poesía española de posguerra. Sus primeros versos aparecieron en distintas publicaciones del frente republicano. Acabada la guerra civil padeció cuatro años de cárcel, y esta experiencia lo marcó para siempre. Hierro ha conseguido los galardones más relevantes de la literatura española: Premio de la Crítica en tres ocasiones, Premio Nacional en dos, el Príncipe de Asturias (1981), el Premio Pablo Iglesias (1986), el Nacional de las Letras Españolas (1990), el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana (1995) y el Cervantes (1998). También fue elegido académico de la Real Academia Española (1990), cuyo discurso de ingreso sobre Juan Ramón Jiménez no llegó a pronunciar. 

    • El alemán de Bonn identificaba 
      todos los sones de la naturaleza: 
      el del mar, el del río, el del viento y la lluvia, 
      el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco. 
      Un día, cantó un ave, y él no oía su canto: 
      fue la primera señal de alarma. 

    • Las nubes puestas a secar al sol. 
      Los ciruelos condecorados por la primavera. 
      Abril, de manos húmedas, 
      acaricia la frente de los arces. 
      La lengua púrpura del atardecer 
      lame la curva de las lomas de plomo 
      y las convierte en carne tibia. 

    • Esta casa no es la que era. 
      En esta casa había antes 
      lagartijas, jarras, erizos, 
      pintores, nubes, madreselvas, 
      olas plegadas, amapolas, 
      humo de hogueras... 
      Esta casa 
      no es la que era. Fue una caja 
      de guitarra. Nunca se habló 

    • Tal vez porque cantamos embriagados la vida 
      crees que fue con nosotros lo que tú llamas buena. 
      Puedes aproximarte, puedes tocar la herida 
      de amargura y de sangre hasta los bordes llena. 

    • Sé que el invierno está aquí, 
      detrás de esa puerta. Sé 
      que si ahora saliese fuera 
      lo hallaría todo muerto, 
      luchando por renacer. 
      Sé que si busco una rama 
      no la encontraré. 
      Sé que si busco una mano 
      que me salve del olvido 

    • En esta encrucijada, 
      flagelada por vientos de dos ríos 
      que despeinan la calle y la avenida, 
      pisoteada su negrura por gaviotas de luz, 
      descienden las palabras a mi mano, 
      picotean los granos de rocío, 
      buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.