Cuando salí de ti, a mí mismo me prometí que volvería. Y he vuelto. Quiebro con mis piernas tu serena cristalería. Es como ahondar en los principios, como embriagarse con la vida, como sentir crecer muy hondo un árbol de hojas amarillas y enloquecer con el sabor de sus frutas más encendidas. Como sentirse con las manos en flor, palpando la alegría. Como escuchar el grave acorde de la resaca y de la brisa.
Cuando salí de ti, a mí mismo me prometí que volvería. Era en otoño, y en otoño llego, otra vez, a tus orillas. ( De entre tus ondas el otoño nace más bello cada día. )
Y ahora que yo pensaba en ti constantemente, que creía...
( Las montañas que te rodean tienen hogueras encendidas.)
Y ahora que yo quería hablarte, saturarme de tu alegría...
( Eres un pájaro de niebla que picotea mis mejillas. )
Y ahora que yo quería darte toda mi sangre, que quería...
( Qué bello, mar, morir en ti cuando no pueda con mi vida. )
El alemán de Bonn identificaba todos los sones de la naturaleza: el del mar, el del río, el del viento y la lluvia, el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco. Un día, cantó un ave, y él no oía su canto: fue la primera señal de alarma.
Las nubes puestas a secar al sol. Los ciruelos condecorados por la primavera. Abril, de manos húmedas, acaricia la frente de los arces. La lengua púrpura del atardecer lame la curva de las lomas de plomo y las convierte en carne tibia.
Vistió la noche, copo a copo, pluma a pluma, lo que fue llama y oro, cota de malla del guerrero otoño y ahora es reino de la blancura. ¿Qué hago yo, profanando, pisando tan fragilísimo plumaje? Y arranco con mis manos
Esta casa no es la que era. En esta casa había antes lagartijas, jarras, erizos, pintores, nubes, madreselvas, olas plegadas, amapolas, humo de hogueras... Esta casa no es la que era. Fue una caja de guitarra. Nunca se habló
Tal vez porque cantamos embriagados la vida crees que fue con nosotros lo que tú llamas buena. Puedes aproximarte, puedes tocar la herida de amargura y de sangre hasta los bordes llena.
En esta encrucijada, flagelada por vientos de dos ríos que despeinan la calle y la avenida, pisoteada su negrura por gaviotas de luz, descienden las palabras a mi mano, picotean los granos de rocío, buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.
Sé que el invierno está aquí, detrás de esa puerta. Sé que si ahora saliese fuera lo hallaría todo muerto, luchando por renacer. Sé que si busco una rama no la encontraré. Sé que si busco una mano que me salve del olvido