Oriental, de José Zorrilla | Poema

    Poema en español
    Oriental

    Corriendo van por la vega 
    a las puertas de Granada 
    hasta cuarenta gomeles 
    y el capitán que los manda. 

    Al entrar en la ciudad, 
    parando su yegua blanca, 
    le dijo este a una mujer 
    que entre sus brazos lloraba: 

    “Enjuga el llanto, cristiana, 
    no me atormentes así, 
    que tengo yo, mi sultana, 
    un nuevo Edén para ti. 

    Tengo un palacio en Granada, 
    tengo jardines y flores, 
    tengo una fuente dorada 
    con más de cien surtidores. 

    Y en la vega del Genil 
    tengo parda fortaleza, 
    que será reina entre mil 
    cuando encierre tu belleza. 

    Y sobre toda una orilla 
    extiendo mi señorío; 
    ni en Córdoba, ni en Sevilla, 
    hay un parque como el mío. 

    Allí la altiva palmera 
    y el encendido granado, 
    junto a la frondosa higuera, 
    cubren el valle y collado. 

    Allí el robusto nogal, 
    allí el nópalo amarillo, 
    allí el sombrío moral 
    crecen al pie del castillo. 

    Y olmos tengo en mi alameda 
    que hasta el cielo se levantan, 
    y en redes de plata y seda 
    tengo pájaros que cantan. 

    Y tú mi sultana eres; 
    que desiertos mis salones 
    está mi harén sin mujeres, 
    mis oídos sin canciones. 

    Yo te daré terciopelos 
    y perfumes orientales, 
    de Grecia te traeré velos, 
    y de Cachemira chales. 

    Y te daré blancas plumas 
    para que adornes tu frente, 
    más blancas que las espumas 
    de nuestros mares de Oriente; 

    Y perlas para el cabello, 
    y baños para el calor, 
    y collares para el cuello; 
    para los labios… ¡amor!” 

    “¿Qué me valen tus riquezas”, 
    respondióle la cristiana, 
    “si me quitas a mi padre, 
    mis amigos y mis damas? 

    Vuélveme, vuélveme, moro, 
    a mi padre y a mi patria, 
    que mis torres de León 
    valen más que tu Granada”. 

    Escuchóla en paz el moro, 
    y manoseando su barba, 
    dijo, como quien medita, 
    en la mejilla una lágrima: 

    “Si tus castillos mejores 
    que nuestros jardines son, 
    y son más bellas tus flores, 
    por ser tuyas en León, 

    y tú diste tus amores 
    a alguno de tus guerreros, 
    Hurí del Edén, no llores; 
    vete con tus caballeros”. 

    Y dándole su caballo 
    y la mitad de su guardia, 
    el capitán de los moros 
    volvió en silencio la espalda.