Ah, ese látigo, ese látigo que gime entre los muslos,
que despliega en la sombra su tenaz poderío,
ese látigo que viene de la muerte hacia la muerte,
aventando cenizas a los aires más puros,
señalando fronteras en cinturas y pechos,
recorriendo la piel con ciego escalofrío.
Ese látigo, su furor incansable,
pongo hoy en tus manos y celebro sus llagas.
Fuente de esperma, cabellera al viento,
navegar de tu vientre en un mar imposible,
coronas de cansancio y manos que resbalan
y resbalan y caen y caen trepando el muro,
la imponente pared que, al fin,
mármol o sangre, resquebrajada se desploma.
Ah, ese látigo, camino de elefantes,
muñeca de trapo herida de alfileres,
cruz donde la piel termina y su bosque de pelo.
Olas blancas de sábana sobre tus ojos locos,
dientes sin más oficio que morder en su dicha,
placer de ser un dedo, un cuchillo, la sombra.
«Hemos venido caminando, hemos buscado eternamente,
y hoy, por fin, llegamos a nosotros,
ponemos nuestra planta en tierra verdadera.»
La ceremonia, el rito con incienso de voces,
húmedos labios, palabras como espejos,
ha de tener su principio solemne:
dilatada pupila, ejercicio de furia y de sonámbulo,
estatuas que el cincel deseara.
Más tarde se extenderá el silencio,
un silencio de océano vacío,
una calma impasible de nieve
donde la sangre cantará su derrota.
Al terminar se oirán dos voces,
súbitamente naciendo de la nada
y un tropel de caballos en celo
moverá las cortinas y pisará los sueños.
La luz del día, 26 de agosto, pondrá su velo azul
sobre caricia y hueso, pezón alzado y extinta lengua.
Jornal de ausencia pagará estas horas,
olor de sucia oveja y plantas que se pudren.
«Sí hemos andado, hemos andado hasta llegar aquí
y ahora sabemos que no era ésta nuestra tierra.»
Rasgando el aire, nubes, sol, luna, estrellas,
un látigo de fuego pregona su condena.
Ah, ese látigo, ese látigo que gime entre los muslos,
que despliega en la sombra su tenaz poderío,
ese látigo que viene de la muerte hacia la muerte,
aventando cenizas a los aires más puros,
señalando fronteras en cinturas y pechos,
Dura ha de ser la vida para ti,
que a una extraña honradez sacrificaste tus creencias,
para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo
y por ello, tu más aciaga tumba.
Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen
Cuando te olvides de mi nombre,
cuando mi cuerpo sea sólo una sombra
borrándose entre las húmedas paredes de aquel cuarto.
Cuando ya no te llegue el eco de mi voz
ni el resonar cordial de mis palabras,
entonces, te pido que recuerdes que una tarde,
¿Qué puedo hacer? Si en esta hora
más triste de la tarde llegan y todas reunidas
corren y saltan a mi alrededor
y sus torpes hocicos restregándome
aturden mis oídos con banales quejas.
¿Qué puedo hacer? Yo que tanto las he amado,
Con palabras usadas,
gastadas por el tiempo y la costumbre,
cuyo último temblor ya no se siente.
Con palabras, como sueños, quemadas por la vida,
esta noche de lluvia hablo contigo,
trato de hablar al menos, ligeramente ebrio,
(México)
La luz del sol sobre los muros,
la resaca, las voces que te cercan,
los árboles que al fondo se dibujan,
los recuerdos que secan más tu boca,
el implacable escenario de tu herencia.
Sin embargo has venido, has vuelto