Conjuros para la noche de una virgen, de Juan Luis Panero | Poema

    Poema en español
    Conjuros para la noche de una virgen

    Ah, ese látigo, ese látigo que gime entre los muslos, 
    que despliega en la sombra su tenaz poderío, 
    ese látigo que viene de la muerte hacia la muerte, 
    aventando cenizas a los aires más puros, 
    señalando fronteras en cinturas y pechos, 
    recorriendo la piel con ciego escalofrío. 
    Ese látigo, su furor incansable, 
    pongo hoy en tus manos y celebro sus llagas. 
    Fuente de esperma, cabellera al viento, 
    navegar de tu vientre en un mar imposible, 
    coronas de cansancio y manos que resbalan 
    y resbalan y caen y caen trepando el muro, 
    la imponente pared que, al fin, 
    mármol o sangre, resquebrajada se desploma. 
    Ah, ese látigo, camino de elefantes, 
    muñeca de trapo herida de alfileres, 
    cruz donde la piel termina y su bosque de pelo. 
    Olas blancas de sábana sobre tus ojos locos, 
    dientes sin más oficio que morder en su dicha, 
    placer de ser un dedo, un cuchillo, la sombra. 
    «Hemos venido caminando, hemos buscado eternamente, 
    y hoy, por fin, llegamos a nosotros, 
    ponemos nuestra planta en tierra verdadera.» 
    La ceremonia, el rito con incienso de voces, 
    húmedos labios, palabras como espejos, 
    ha de tener su principio solemne: 
    dilatada pupila, ejercicio de furia y de sonámbulo, 
    estatuas que el cincel deseara. 
    Más tarde se extenderá el silencio, 
    un silencio de océano vacío, 
    una calma impasible de nieve 
    donde la sangre cantará su derrota. 
    Al terminar se oirán dos voces, 
    súbitamente naciendo de la nada 
    y un tropel de caballos en celo 
    moverá las cortinas y pisará los sueños. 
    La luz del día, 26 de agosto, pondrá su velo azul 
    sobre caricia y hueso, pezón alzado y extinta lengua. 
    Jornal de ausencia pagará estas horas, 
    olor de sucia oveja y plantas que se pudren. 
    «Sí hemos andado, hemos andado hasta llegar aquí 
    y ahora sabemos que no era ésta nuestra tierra.» 
    Rasgando el aire, nubes, sol, luna, estrellas, 
    un látigo de fuego pregona su condena.