¿Qué puedo hacer? Si en esta hora
más triste de la tarde llegan y todas reunidas
corren y saltan a mi alrededor
y sus torpes hocicos restregándome
aturden mis oídos con banales quejas.
¿Qué puedo hacer? Yo que tanto las he amado,
que cambié sus repetidos y vulgares nombres
por otros ilustres entre la fauna y el corral.
Ahora que el caballo viene apresurando el trote
y me muestra su negociable virginidad perdida
y sonríe la rata en su agujero
masticando feliz sus convicciones,
ahora que el puercoespín canta el olvido
y la serpiente amarillenta exprime avariciosa su placer.
¿Qué puedo hacer? Si chillan la cigüeña y la gaviota
resbalando la esperma por sus muslos
y el astuto cerdito más que nunca gruñe fantasías e incumplidas promesas.
Tanto amor como puse, tanta desatada ternura
y cálida pupila sobre piernas o pechos
¿qué se hicieron?-, si sólo con protestas, improperios feroces,
traiciones tan baratas y usadas que nunca imaginara
pagan mis interminables, dolorosos desvelos.
Y vedlas avanzar, enlazadas sus pezuñas o rabos,
horda cruel sobre la hierba húmeda
y luego ya calmadas, contempladlas,
desafiantes labios, oscuras cavernas
donde caí mil veces y volveré a caer,
aunque el buitre, bendecido por sagrarios y misas,
escarbe mi carroña y se alimente de ella
recompensando así su vaginal y temblorosa paz.
¿Qué puedo hacer? Mientras altiva,
el largo cuello de poderío y perlas adornado,
la jirafa me mira y desaprueba con elegante gesto mi conducta,
lo mismo que la lechuza dogmática y prochina.
¿Qué puedo hacer? Si todo este aquelarre, ansioso de venganza o justicia,
irrumpe en el ocio merecido de un domingo,
y nada quiero reprocharles, aunque algo podría.
¡Oh mis dulces animales!, si os he amado tanto
que ahora cuando os veo, en galope polvoriento y frenético partir,
os daría hasta aquello que no os pertenece,
lo poco que bajo astillada memoria
y estremecidos signos de placer, os he ocultado.
Sí, os entregaría mi corazón más puro,
aun sabiendo que no es buen alimento para vosotros
y que poco provecho sacaríais de él.
¡Oh mis dulces animales picoteantes sin descanso,
como el tordo o el grajo, en la parra más dulce!
¡Oh siempre interesadas bestias bellas,
en la fruta que alegra el árbol en verano!
Ah, ese látigo, ese látigo que gime entre los muslos,
que despliega en la sombra su tenaz poderío,
ese látigo que viene de la muerte hacia la muerte,
aventando cenizas a los aires más puros,
señalando fronteras en cinturas y pechos,
Dura ha de ser la vida para ti,
que a una extraña honradez sacrificaste tus creencias,
para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo
y por ello, tu más aciaga tumba.
Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen
Cuando te olvides de mi nombre,
cuando mi cuerpo sea sólo una sombra
borrándose entre las húmedas paredes de aquel cuarto.
Cuando ya no te llegue el eco de mi voz
ni el resonar cordial de mis palabras,
entonces, te pido que recuerdes que una tarde,
(México)
La luz del sol sobre los muros,
la resaca, las voces que te cercan,
los árboles que al fondo se dibujan,
los recuerdos que secan más tu boca,
el implacable escenario de tu herencia.
Sin embargo has venido, has vuelto
¿Qué puedo hacer? Si en esta hora
más triste de la tarde llegan y todas reunidas
corren y saltan a mi alrededor
y sus torpes hocicos restregándome
aturden mis oídos con banales quejas.
¿Qué puedo hacer? Yo que tanto las he amado,
Con palabras usadas,
gastadas por el tiempo y la costumbre,
cuyo último temblor ya no se siente.
Con palabras, como sueños, quemadas por la vida,
esta noche de lluvia hablo contigo,
trato de hablar al menos, ligeramente ebrio,