Dura ha de ser la vida para ti, que a una extraña honradez sacrificaste tus creencias, para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo y por ello, tu más aciaga tumba. Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen y destruyan al fin la ilusa patria de tu adolescencia, cuando veas, igual que hoy, este fantasma que tiempo atrás te consoló con su belleza. Cuando el amor como un vestido ajado no pueda proteger tu tristeza y motivo de burla, de piedad o de asombro, a los ojos más puros sólo sea. Duro ha de ser para tu cuerpo ver morir el deseo, la juventud, todo aquello que fuiste, y buscar sin pasión tu reposo en la sorda ternura de lo débil, en la gris destrucción que alguna vez amaste. «Es la ley de la vida», dicen viejos estériles, «y nada sino Dios puede cambiarlo», repiten, a la luz de la noche, lentas sombras inútiles. Dura ha de ser la vida, tú que amaste el mundo, que con una mirada o una suave caricia soñaste poseerlo, cuando la absurda farsa que tú tanto conoces no esté más adornada con lo efímero y bello. Dura ha de ser la vida hasta el instante en que veles tu memoria en este espejo: tus labios fríos no tendrán ya refugio y en tus manos vacías abrazarás la muerte.
Ah, ese látigo, ese látigo que gime entre los muslos, que despliega en la sombra su tenaz poderío, ese látigo que viene de la muerte hacia la muerte, aventando cenizas a los aires más puros, señalando fronteras en cinturas y pechos,
Dura ha de ser la vida para ti, que a una extraña honradez sacrificaste tus creencias, para ti, cuya única certidumbre es tu recuerdo y por ello, tu más aciaga tumba. Dura ha de ser la vida, cuando los años pasen
Cuando te olvides de mi nombre, cuando mi cuerpo sea sólo una sombra borrándose entre las húmedas paredes de aquel cuarto. Cuando ya no te llegue el eco de mi voz ni el resonar cordial de mis palabras, entonces, te pido que recuerdes que una tarde,
La luz del sol sobre los muros, la resaca, las voces que te cercan, los árboles que al fondo se dibujan, los recuerdos que secan más tu boca, el implacable escenario de tu herencia. Sin embargo has venido, has vuelto
¿Qué puedo hacer? Si en esta hora más triste de la tarde llegan y todas reunidas corren y saltan a mi alrededor y sus torpes hocicos restregándome aturden mis oídos con banales quejas. ¿Qué puedo hacer? Yo que tanto las he amado,
Con palabras usadas, gastadas por el tiempo y la costumbre, cuyo último temblor ya no se siente. Con palabras, como sueños, quemadas por la vida, esta noche de lluvia hablo contigo, trato de hablar al menos, ligeramente ebrio,