Ayer tarde volvía yo con las nubes que entraban bajo rosales (grande ternura redonda) entre los troncos constantes.
La soledad era eterna y el silencio inacabable. Me detuve como un árbol y oí hablar a los árboles.
El pájaro solo huía de tan secreto paraje, solo yo podía estar entre las rosas finales.
Yo no quería volver en mí, por miedo de darles disgusto de árbol distinto a los árboles iguales.
Los árboles se olvidaron de mi forma de hombre errante, y, con mi forma olvidada, oía hablar a los árboles.
Me retardé hasta la estrella. En vuelo de luz suave fui saliéndome a la orilla, con la luna ya en el aire.
Cuando yo ya me salía vi a los árboles mirarme, se daban cuenta de todo, y me apenaba dejarles.
Y yo los oía hablar, entre el nublado de nácares, con blando rumor, de mí. Y ¿cómo desengañarles?
¿Cómo decirles que no, que yo era sólo el pasante, que no me hablaran a mí? No quería traicionarles.
Y ya muy tarde, muy tarde, oí hablarme a los árboles.
Juan Ramón Jiménez (1881-1958) es un autor esencial para la poesía en lengua española. Sus propuestas estéticas marcan una línea divisoria entre el Romanticismo de Espronceda y Bécquer, bajo cuya influencia escribe sus primeros versos, y el Modernismo y las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX. Deslumbran en su poesía el rico caudal de sus luminosas imágenes y la profundidad conceptual y simbólica de sus versos. El exilio en América durante las décadas de los cuarenta y cincuenta enriquece su poesía, la cual adquiere una dimensión cósmica y mística sin precedentes en la tradición española. No en vano fue Premio Nobel de Literatura en 1956 por el conjunto de su obra.
Los brazos de los doce olmos desnudos, mis olmos, mis amigos naturales, me abrazan negros, blancos. Nieva. ¡Y qué abrazo de bosque el de estos doce olmos, en este olmo primero, junto a mí!
El amor, a qué huele? Parece, cuando se ama, que el mundo entero tiene rumor de primavera. Las hojas secas tornan y las ramas con nieve, y él sigue ardiente y joven, oliendo a rosa eterna.
Abril venía, lleno todo de flores amarillas: amarillo el arroyo, amarillo el vallado, la colina, el cementerio de los niños, el huerto aquel donde el amor vivía.