El amor, a qué huele? Parece, cuando se ama, que el mundo entero tiene rumor de primavera. Las hojas secas tornan y las ramas con nieve, y él sigue ardiente y joven, oliendo a rosa eterna.
Por todas partes abre guirnaldas invisibles, todos sus fondos son líricos -risa o pena-, la mujer a su beso cobra un sentido mágico que, como en los senderos, sin cesar se renueva...
Vienen al alma música de ideales conciertos, palabras de una brisa liviana entre arboledas; se suspira y se llora, y el suspiro y el llanto dejan como un romántico frescor de madreselvas.
Señor, matadme, si queréis. (Pero, señor, ¡no me matéis!) Señor dios, por el sol sonoro, por la mariposa de oro, por la rosa con el lucero, los corretines del sendero, por el pecho del ruiseñor, por los naranjales en flor,
Nadie más. Abierto todo. Pero ya nadie faltaba. No eran mujeres, ni niños, no eran hombres, eran lágrimas — ¿quién se podía llevar la inmensidad de sus lágrimas?—