Si porque a tus plantas ruedo como un ilota rendido, y una mirada te pido con temor, casi con miedo; si porque ante ti me quedo extático de emoción, piensas que mi corazón se va en mi pecho a romper y que por siempre he de ser esclavo de mi pasión; ¡te equivocas, te equivocas!, fresco y fragante capullo, yo quebrantaré tu orgullo como el minero las rocas. Si a la lucha me provocas, dispuesto estoy a luchar; tú eres espuma, yo mar que en sus cóleras confía; me haces llorar; pero un día yo también te haré llorar.
Y entonces, cuando rendida ofrezcas toda tu vida perdón pidiendo a mis pies, como mi cólera es infinita en sus excesos, ¿sabes tú lo que haré en esos momentos de indignación? ¡Arrancarte el corazón para comérmelo a besos!
Entre las hojas de laurel, marchitas, de la corona vieja, que en lo alto de mi lecho suspendida, un triunfo no alcanzado me recuerda, una araña ha formado su lóbrega vivienda con hilos tembladores más blancos que la seda,
¡La campiña! Sobre el césped del cortijo va la niña tierna, rubia, frágil, blanca; —bajo el brazo la muñeca de cartón rosada y hueca— salta, corre, canta, grita, y sus fúlgidos ojazos copian toda la pureza de la bóveda infinita.