Soñé la muerte y era muy sencillo: Una hebra de seda me envolvía, y a cada beso tuyo con una vuelta menos me ceñía. Y cada beso tuyo era un día. Y el tiempo que mediaba entre dos besos una noche. La muerte es muy sencilla.
Y poco a poco fue desenvolviéndose la hebra fatal. Ya no la retenía sino por un sólo cabo entre los dedos... Cuando de pronto te pusiste fría, y ya no me besaste... Y solté el cabo, y se me fue la vida.
Ante mi ventana, clara como un remanso de firmamento, la luna repleta, se puso con gorda majestad de ganso a tiro de escopeta. No tenía rifle, ni nada que fuera más o menos propio para la caza; pero un mercachifle habíame vendido un telescopio.
Érase una caverna de agua sombría el cielo; el trueno, a la distancia, rodaba su peñón; y una remota brisa de conturbado vuelo, se acidulaba en tenue frescura de limón.
Las chicas del tenis, en grupos parejos, agracian de blanco la pradera verde que flora en un polen de sol, y a lo lejos en serenidades azules se pierde.