Soñé la muerte y era muy sencillo: Una hebra de seda me envolvía, y a cada beso tuyo con una vuelta menos me ceñía. Y cada beso tuyo era un día. Y el tiempo que mediaba entre dos besos una noche. La muerte es muy sencilla.
Y poco a poco fue desenvolviéndose la hebra fatal. Ya no la retenía sino por un sólo cabo entre los dedos... Cuando de pronto te pusiste fría, y ya no me besaste... Y solté el cabo, y se me fue la vida.
Con la extática elevación de un alma, la luna en lo más alto de un cielo tibio y leve, forma la cima de la calma y eterniza el casto silencio de su nieve. Sobre el páramo de los techos se eriza una gata obscura; el olor de los helechos
Sintiendo vagar por su elegante persona una desolada intimidad de hastío, la bella solterona (Treinta y ocho años, regio porte, un tanto frío de beldad sajona) desde el tocador ya bastante sombrío vé morir un crepúsculo en el río,
Sabio jorobado, pide a la taberna, comadre del diablo, su teta de loba. El vino te enciende como una linterna y en turris eburnea trueca tu joroba, porque de nodriza tuviste una loba como los gemelos de Roma la Eterna.
La miseria se ríe con sórdida chuleta, su perro lazarillo le regala un festín. En sus funambulescos calzones va un poeta, y en su casaca el huérfano que tiene por delfín.
Si tengo la fortuna de que con tu alma mi dolor se integre, te diré entre melancólico y alegre las singulares cosas de la luna. Mientras el menguante exiguo a cuyo noble encanto ayer amaste aumenta su desgaste de cequín antiguo,