No hay paisaje sin ti. Qué roca oscura, qué mar de plomo, qué amarillo cielo. Es sólo tu mirada la que infunde belleza y claridad. Máquina extraña que elabora el prodigio del paisaje.
Aunque siegue la voz con que tu nombre digo, tu nombre irá, como una hoguera, abrasando estos huesos y esta carne de hombre con perpetuo verdor de primavera.
Tenerte cerca. Hablarte. Y besarte en silencio. Y sentir el contacto caliente de tu cuerpo. Sentir que vives, trémula, aquí, contra mi pecho. Que mis brazos abarcan tus límites perfectos. Que tu piel electriza las yemas de mis dedos.
Somos una costumbre, un gesto, un modo, una manera de mirar, acaso. Pequeños movimientos nos distinguen, leves fórmulas marcan signos, rasgos que se hacen peculiares nos conducen por rutas diferentes a escenarios
Si decimos madera, se oye el viento poniendo entre los árboles su música, como cuando al nombrar el pan nos llega un vaho caliente de la mies madura y al decir vino es un otoño claro lo que nos toca con su mansa lluvia.