La canción del croupier del Mississippi, de Leopoldo María Panero | Poema

    Poema en español
    La canción del croupier del Mississippi

    Fumo mucho. Demasiado. 
    Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio, 
    y oigo pasar la vida como quien pone la radio. 
    Fumo mucho. En el cenicero hay 
    ideas y poemas y voces 
    de amigos que no tengo. Y tengo 
    la boca llena de sangre, 
    y sangre que sale de las grietas de mi cráneo 
    y toda mi alma sabe a sangre, 
    sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy, 
    en toda mi alma acuchillada por mujeres y niños 
    que se mueven ingenuos, torpes, en 
    esta vida que ya sé. 
    Me palpo el pecho de pronto, nervioso, 
    y no siento un corazón. No hay, 
    no existe en nadie esa cosa que llaman corazón 
    sino quizá en el alcohol, en esa 
    sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo, 
    la única sangre en este mundo que no existe 
    que es como el mal programado, o 
    como fábrica de vida o un sastre 
    que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o 
    quizá el reloj y las horas pasan. 
    Me palpo, nervioso, los ojos y los pies y el dedo gordo 
    de la mano lo meto en el ojo, y estoy sucio 
    y mi vida oliendo. 
    Y sueño que he vivido y que me llamo de algún modo 
    y que este cuento es cierto, este 
    absurdo que delatan mis ojos, 
    este delirio en Veracruz, y que este 
    país es cierto este lugar parecido al Infierno, 
    que llaman España, he oído 
    a los muertos que el Infierno 
    es mejor que esto y se parece más. 
    Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos, 
    me digo que estar borracho es no estarlo 
    toda la vida, es 
    estar borracho de vida y no de muerte, 
    es una sangre distinta de esa otra 
    espesa que se cuela por los tejados y por las paredes 
    y los agujeros de la vida. 
    Y es que no hay otra comunión 
    ni otro espasmo que este del vino 
    y ningún otro sexo ni mujer 
    que el vaso de alcohol besándome los labios 
    que este vaso de alcohol que llevo en el 
    cerebro, en los pies, en la sangre. 
    Que este vaso de vino oscuro o blanco, 
    de ginebra o de ron o lo que sea 
    -ginebra y cerveza, por ejemplo- 
    que es como la infancia, y no es 
    huida, ni evasión, ni sueño 
    sino la única vida real y todo lo posible 
    y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento 
    a algún ser que es probable que esté 
    ahí la vida de los dioses 
    y unos días soy Caín, y otros 
    un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros 
    un cazador de dotes que por otra parte he sido 
    pero lo mío es como en «Dulce pájaro de juventud» 
    un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días, 
    un asesino tímido y psicótico, y otros 
    alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto, 
    en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me 
    recuerdan, dicen 
    con la copa en la mano, hablando mucho, 
    hablando para poder existir de que 
    no hay nada mejor que decirse 
    a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube 
    la marea del vino en la sangre y el alma. 
    O bien alguien perdido en las galerías del espejo 
    buscando a su Novia. Y otras veces 
    soy Abel que tiene un plan perfecto 
    para rescatar la vida y restaurar a los hombres 
    y también a veces lloro por no ser un esclavo 
    negro en el sur, llorando 
    entre las plantaciones! 
    Es tan bella la ruina, tan profunda 
    sé todos sus colores y es 
    como una sinfonía la música del acabamiento, 
    como música que tocan en el más allá, 
    y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol, 
    tengo sangre en los ojos de borracho 
    y el alma invadida de sangre como de una vomitona, 
    y vomito el alma por las mañanas, 
    después de pasar toda la noche jurando 
    frente a una muñeca de goma que existe Dios. 
    Escribir en España no es llorar, es beber, 
    es beber la rabia del que no se resigna 
    a morir en las esquinas, es beber y mal 
    decir, blasfemar contra España 
    contra este país sin dioses pero con 
    estatuas de dioses, es 
    beber en la iglesia con música de órgano 
    es caerse borracho en los recitales y manchas de vino 
    tinto y sangre «Le livre des masques» de Rémy de Gourmont 
    caerse húmedo babeante y tonto y 
    derrumbarse como un árbol ante los farolillos 
    de esta verbena cultural. Escribir en España es tener 
    hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya 
    no justifica nada ni nadie, ninguna sombra 
    de las que allí había al principio. 
    Y decir al morir, cuando tenga 
    ya en la boca y cabeza la baba del suicidio 
    gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas 
    en este paraíso para espectros 
    y también a los ciervos que he visto en el bosque, 
    y a los pájaros y a los lobos en la calle y 
    acechando en las esquinas 
    «Fifteen men on the Dead Man's Chest 
    Fifteen men on the Dead Man's Chest 
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