Acaso allí estará, cuatro costados bañados en los mares, al centro la meseta ardiente y andrajosa. Es ella, la madrastra original de tantos, como tú, dolidos de ella y por ella dolientes.
Soñábamos algunos cuando niños, caídos en una vasta hora de ocio solitario bajo la lámpara, ante las estampas de un libro, con la revolución. Y vimos su ala fúlgida plegar como una mies los cuerpos poderosos.
Cuando allá dicen unos que mis versos nacieron de la separación y la nostalgia por la que fue mi tierra, ¿Sólo la más remota oyen entre mis voces? Hablan en el poeta voces varias: escuchemos su coro concertado,
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman, parece como el viento que se mece en otoño sobre adolescentes mutilados, mientras las manos llueven, manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas, cataratas de manos que fueron un día
Desde niño, tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he deseado la eternidad. Todo contribuía alrededor mío, durante mis primeros años, a mantener en mí la ilusión y la creencia en lo permanente: la casa familiar inmutable, los accidentes idénticos de mi vida.