Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina, por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad porque muero.
Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Tan alta, sí, tan alta en revuelo sin brío, la rama el cielo prometido anhela, que ni la luz asalta este espacio sombrío ni su divina soledad desvela. Hasta el pájaro cela al absorto reposo su delgada armonía. ¿Qué trino colmaría,
Hacia el pálido aire se yergue mi deseo, fresco rumor insomne en fondo de verdura, como esbelta columna, mas truncada su gracia corona de las aguas la calma ya celeste.
Todo el ardor del día, acumulado en asfixiante vaho, el arenal despide. Sobre el azul tan claro de la noche contrasta, como imposible gotear de un agua, el helado fulgor de las estrellas, orgulloso cortejo junto a la nueva luna
Pared frontera de tu casa vivía la familia de aquel pianista, quien siempre ausente por tierras lejanas, en ciudades a cuyos nombres tu imaginación ponía un halo mágico, alguna vez regresaba por unas semanas a su país y a los suyos.