Aquí entre la verde juncia, de Luis de Góngora | Poema

    Poema en español
    Aquí entre la verde juncia

    Aquí entre la verde juncia 
    quiero (como el blanco cisne 
    que envuelto en dulce armonía, 
    la dulce vida despide) 

    despedir mi vida amarga 
    envuelta en endechas tristes, 
    y querellarme de aquélla 
    tan hermosa como libre. 

    Descanse entre tanto el arco 
    de la cuerda que le aflige, 
    y pendiente de sus ramos 
    orne esta planta de Alcides, 

    mientras yo a la tortolilla 
    que sobre aquel olmo gime, 
    le hurto todo el silencio 
    que para sus quejas pide. 

    Bellísima cazadora, 
    más fiera que las que sigues 
    por los bosques cruel verdugo 
    de mis años infelices: 

    tan grandes son tus extremos 
    de hermosa y de terrible, 
    que están los montes en duda 
    si eres diosa o si eres tigre. 

    Préciaste de tan soberbia 
    contra quien es tan humilde 
    que, considerados bien, 
    todos los monteros dicen 

    que los dos nos parecemos 
    al roble que más resiste 
    los soplos del viento airado: 
    tú en ser dura, yo en ser firme. 

    En esto sólo eres roble, 
    y en lo demás flaca mimbre, 
    no sólo a los recios vientos, 
    mas a los aires sutiles. 

    Ya no persigues, cruel, 
    después que a mí me persigues, 
    a los ciervos voladores 
    ni a los fieros jabalíes. 

    Ni de tu dichoso albergue 
    las nobles paredes visten 
    los despojos de las fieras 
    que, como a mí, muerte diste. 

    No porque no gustes de ello, 
    sino porque no te obligue 
    el encontrarme en la caza 
    a que siquiera me mires. 

    Los monteros te suspiran 
    por todos estos confines, 
    y el mismo monte se agravia 
    de que tus pies no le pisen, 

    por el rastro que dejaban 
    de rosas y de jazmines, 
    tanto que eran a sus campos 
    tus dos plantas dos abriles. 

    Haz tu gusto, que yo quiero 
    dejar (pues de ello te sirves) 
    el espíritu cansado 
    que mis flacos miembros rige. 

    Conseguiremos en esto 
    ambos a dos nuestros fines: 
    tú el de cruel en dejarme, 
    yo el de leal en morirme. 

    Tú, rey de los otros ríos, 
    que de las sierras sublimes 
    de Segura al Oceano 
    el fértil terreno mides, 

    pues en tu dichoso seno 
    tantas lágrimas recibes 
    de mis ojos, que en el mar 
    entran dos Guadalquivires, 

    ruégote que su crueldad 
    y mi firmeza publiques 
    por todo el húmedo reino 
    de la gran madre de Aquiles, 

    porque no sólo en las selvas, 
    mas los que en las aguas viven 
    conozcan quién es Daliso 
    y quién es la ingrata Nise.