Las flores del romero, niña Isabel, hoy son flores azules, mañana serán miel.
Celosa estás, la niña, celosa estás de aquel dichoso, pues le buscas, ciego, pues no te ve, ingrato, pues te enoja, y confiado, pues no se disculpa hoy de lo que hizo ayer. Enjuguen esperanzas lo que lloras por él, que celos entre aquéllos que se han querido bien,
hoy son flores azules, mañana serán miel.
Aurora de ti misma, que cuando a amanecer a tu placer empiezas, te eclipsan tu placer, serénense tus ojos, y más perlas no des, porque al sol le está mal lo que a la aurora bien. desata como nieblas todo lo que no ves, que sospechas de amantes y querellas después,
No lo vendo por travieso ni porque a nadie ofende es alegre y juguetón y por las niñas se pierde niñas, guardaos de enojarle que mira que si arremete os podéis ver un día jugando con el juguete.
Decid qué es aquello tieso, con dos limones al cabo, barbado a guisa de nabo, blando y duro como güeso; de corajudo y travieso lloraba leche sabrosa. ¿Qué es cosa y cosa?
¡Qué de invidiosos montes levantados, de nieves impedidos, me contienen tus dulces ojos bellos! ¡Qué de ríos del hielo tan atados, del agua tan crecidos me defienden el ya volver a vellos! Y, cuál, burlando de ellos el noble pensamiento,
Anacreonte español, no hay quien os tope, que no diga con mucha cortesía, que ya que vuestros pies son de elegía, que vuestras suavidades son de arrope.
Lloraba la niña (y tenía razón) la prolija ausencia de su ingrato amor. Dejóla tan niña, que apenas creo yo que tenía los años que ha que la dejó. Llorando la ausencia del galán traidor, la halla la Luna y la deja el Sol,