Entre los sueltos caballos, de Luis de Góngora | Poema

    Poema en español
    Entre los sueltos caballos

    Entre los sueltos caballos 
    de los vencidos Cenetes, 
    que por el campo buscaban 
    entre la sangre lo verde, 

    Aquel español de Orán 
    un suelto caballo prende, 
    por sus relinchos lozano, 
    y por sus cernejas fuerte, 

    Para que le lleve a él, 
    y a un moro cautivo lleve, 
    un moro que ha cautivado, 
    capitán de cien jinetes. 

    En el ligero caballo 
    suben ambos, y él parece, 
    de cuatro espuelas herido, 
    que cuatro alas le mueven. 

    Triste camina el alarbe, 
    y lo más bajo que puede 
    ardientes suspiros lanza 
    y amargas lágrimas vierte. 

    Admirado el español 
    de ver cada vez que vuelve 
    que tan tiernamente llore 
    quien tan duramente hiere, 

    Con razones le pregunta, 
    comedidas y corteses, 
    de sus suspiros la causa, 
    si la causa lo consiente. 

    El cautivo, como tal, 
    sin excusas le obedece, 
    y a su piadosa demanda 
    satisface deste suerte: 

    «Valiente eres, capitán, 
    y cortés como valiente: 
    por tu espada y por tu trato 
    me has cautivado dos veces. 

    Preguntado me has la causa 
    de mis suspiros ardientes, 
    y débote la respuesta 
    por quien soy y por quien eres. 

    En los Gelves nací, el año 
    que os perdistes en los Gelves, 
    de una berberisca noble 
    y de un turco matasiete. 

    En Tremecén me crié 
    con mi madre y mis parientes 
    después que perdí a mi padre, 
    corsario de tres bajeles. 

    Junto a mi casa vivía, 
    porque más cerca muriese, 
    una dama del linaje 
    de los nobles Melioneses, 

    Extremo de las hermosas, 
    cuando no de las crueles, 
    hija al fin de estas arenas, 
    engendradoras de sierpes. 

    Cada vez que la miraba 
    salía un sol por su frente, 
    de tantos rayos ceñido 
    cuantos cabellos contiene. 

    Juntos así nos criamos, 
    y Amor en nuestras niñeces 
    hirió nuestros corazones 
    con arpones diferentes. 

    Labró el oro en mis entrañas 
    dulces lazos, tiernas redes, 
    mientras el plomo en las suyas 
    libertades y desdenes. 

    Apenas vide trocada 
    la dureza de esta sierpe, 
    cuando tú me cautivaste: 
    ¡Mira si es bien que lamente!» 

    «Esta es la causa, español, 
    que a llanto pudo moverme; 
    mira si es razón que llore 
    tantos males juntamente.» 

    Conmovido el capitán 
    de las lágrimas que vierte, 
    parando el veloz caballo, 
    pare sus males promete. 

    «Gallardo moro, le dice, 
    si adoras como refieres, 
    y si como dices amas, 
    dichosamente padeces. 

    ¿Quién pudiera imaginar, 
    viendo tus golpes crueles, 
    cupiera un alma tan tierna 
    en pecho tan duro y fuerte? 

    Si eres del Amor cautivo, 
    desde aquí puedes volverte, 
    que me pedirán por voto 
    lo que entendí que era suerte. 

    Y no quiero por rescate 
    que tu dama me presente 
    ni las alfombras más finas 
    ni las granas más alegres. 

    Anda con Dios, sufre y ama, 
    y vivirás, si lo hicieres, 
    con tal que cuando la veas 
    hayas de volver a verme.» 

    Apeóse del caballo, 
    y el moro tras él desciende, 
    y por el suelo postrado 
    la boca a sus pies ofrece. 

    «Vivas mil años, le dice, 
    noble capitán valiente, 
    pues ganas más con librarme 
    que ganaste con prenderme. 

    Alah se quede contigo, 
    y te dé victoria siempre 
    para que extiendas tu fama 
    con hechos tan excelentes».