Tendiendo sus blancos paños, de Luis de Góngora | Poema

    Poema en español
    Tendiendo sus blancos paños

    Tendiendo sus blancos paños 
    sobre el florido ribete 
    que guarnece la una orilla 
    del frisado Guadalete, 
    halló el sol, una mañana 
    de las que el abril promete, 
    a la violada señora 
    Violante de Navarrete, 
    moza de manto tendido, 
    lavandera de rodete, 
    entre hembras, luminaria, 
    y entre lacayos, cohete. 
    Quiso a un mozo de nogal, 
    de mostacho a lo turquete, 
    cuyas espaldas pudieran 
    dar tablas para un bufete; 
    de la cámara de Marte 
    gentilhombre matasiete, 
    como lo muestra en la cinta 
    la llave de un pistolete; 
    que viste coleto de ante 
    virgen de todo piquete, 
    no tanto porque el flamenco 
    lo dio a prueba de mosquete, 
    cuanto porque el español, 
    en las lides que lo mete, 
    hace más fugas con él 
    que Guerrero en un motete. 
    Dejólo ya por un paje 
    bien peinado de copete, 
    que arrima a una guitarrilla 
    su poquito de bajete, 
    dignísimo citarista 
    de un canicular bonete, 
    poeta en Andalucía 
    como cristiano Hamete. 
    Por hacelle, pues, a solas, 
    de sus pechugas, banquete 
    sobre la piadosa sombra 
    de algún álamo alcahuete, 
    descalzar le ha visto, el alba, 
    botines de tafilete 
    y lavar cuatro camisas 
    del veinteicuatro Alderete. 
    Los blancos paños cubrían 
    el verde claro tapete 
    que dio flores a Violante 
    para más de un ramillete, 
    cuando por la puente abajo 
    el lavadero acomete, 
    un mozuelo vellorí, 
    entre lacayo y corchete, 
    y, llegando al vado, lleno 
    de celos hasta el gollete 
    y de vino hasta las asas, 
    esto a los aires comete: 
    «Violante, que, un tiempo, fuiste 
    pelota de mi trinquete, 
    de mis botones, ojal, 
    y de mis cintas, ojete: 
    Palomeque y Fuenmayor 
    me han dicho que es, un pobrete, 
    ídolo de tus cuidados, 
    y, de tu libertad, brete; 
    un músico que tremola 
    las plumas de un martinete, 
    bujía en lo delicado, 
    y, en lo moreno, pebete. 
    Llamaránlo a desafío 
    los renglones de un billete, 
    cuando yo presuma de él 
    que lo lea y que lo acete; 
    y entonces vístase el pollo, 
    sobre un jaco, un coselete, 
    que yo le torceré el alma 
    como tuerces tú un roquete. 
    Y juro a las aceitunas 
    del santo monte Olivete 
    que yo...» Entonces, dando ella 
    a un desengaño carrete, 
    «Más quisiera -le responde- 
    una lonja entre un mollete 
    que tus bravatas, Carrasco, 
    humos de blanco y clarete. 
    Quiero bien a ese galán, 
    y, si no te quies mal, vete, 
    que arena viene pisando 
    el de lo pardeguillete». 
    Con un suspiro que fuera 
    respuesta de un morterete 
    respondió Carrasco el bravo, 
    cuando hablar más le compete. 
    Llegó entonces Jimenillo, 
    y, terciando el de florete 
    guarnecido de oro y pardo, 
    con el mulato arremete: 
    haciendo que una guitarra 
    las negras sienes le apriete, 
    música siembra en sus pasas, 
    y en el campo, pinabete. 
    Mostróle las herraduras 
    el sevillano jinete, 
    al tiempo que el jerezano 
    le asegundaba un puñete; 
    participó de él Violante, 
    mas túvolo por juguete, 
    guardándole a su Medoro, 
    con un abrazo, un rosquete.