Tendiendo sus blancos paños
sobre el florido ribete
que guarnece la una orilla
del frisado Guadalete,
halló el sol, una mañana
de las que el abril promete,
a la violada señora
Violante de Navarrete,
moza de manto tendido,
lavandera de rodete,
entre hembras, luminaria,
y entre lacayos, cohete.
Quiso a un mozo de nogal,
de mostacho a lo turquete,
cuyas espaldas pudieran
dar tablas para un bufete;
de la cámara de Marte
gentilhombre matasiete,
como lo muestra en la cinta
la llave de un pistolete;
que viste coleto de ante
virgen de todo piquete,
no tanto porque el flamenco
lo dio a prueba de mosquete,
cuanto porque el español,
en las lides que lo mete,
hace más fugas con él
que Guerrero en un motete.
Dejólo ya por un paje
bien peinado de copete,
que arrima a una guitarrilla
su poquito de bajete,
dignísimo citarista
de un canicular bonete,
poeta en Andalucía
como cristiano Hamete.
Por hacelle, pues, a solas,
de sus pechugas, banquete
sobre la piadosa sombra
de algún álamo alcahuete,
descalzar le ha visto, el alba,
botines de tafilete
y lavar cuatro camisas
del veinteicuatro Alderete.
Los blancos paños cubrían
el verde claro tapete
que dio flores a Violante
para más de un ramillete,
cuando por la puente abajo
el lavadero acomete,
un mozuelo vellorí,
entre lacayo y corchete,
y, llegando al vado, lleno
de celos hasta el gollete
y de vino hasta las asas,
esto a los aires comete:
«Violante, que, un tiempo, fuiste
pelota de mi trinquete,
de mis botones, ojal,
y de mis cintas, ojete:
Palomeque y Fuenmayor
me han dicho que es, un pobrete,
ídolo de tus cuidados,
y, de tu libertad, brete;
un músico que tremola
las plumas de un martinete,
bujía en lo delicado,
y, en lo moreno, pebete.
Llamaránlo a desafío
los renglones de un billete,
cuando yo presuma de él
que lo lea y que lo acete;
y entonces vístase el pollo,
sobre un jaco, un coselete,
que yo le torceré el alma
como tuerces tú un roquete.
Y juro a las aceitunas
del santo monte Olivete
que yo...» Entonces, dando ella
a un desengaño carrete,
«Más quisiera -le responde-
una lonja entre un mollete
que tus bravatas, Carrasco,
humos de blanco y clarete.
Quiero bien a ese galán,
y, si no te quies mal, vete,
que arena viene pisando
el de lo pardeguillete».
Con un suspiro que fuera
respuesta de un morterete
respondió Carrasco el bravo,
cuando hablar más le compete.
Llegó entonces Jimenillo,
y, terciando el de florete
guarnecido de oro y pardo,
con el mulato arremete:
haciendo que una guitarra
las negras sienes le apriete,
música siembra en sus pasas,
y en el campo, pinabete.
Mostróle las herraduras
el sevillano jinete,
al tiempo que el jerezano
le asegundaba un puñete;
participó de él Violante,
mas túvolo por juguete,
guardándole a su Medoro,
con un abrazo, un rosquete.