Larache, aquel africano fuerte, ya que no galán, al glorioso San Germán, rayo militar cristiano, se encomendó, y no fue en vano, pues cristianó luego al moro, y por más pompa y decoro, siendo su compadre él mismo, diez velas llevó al baptismo con muchos escudos de oro.
A la española el marqués lo vistió, y dejar le manda cien piezas que, aunque de Holanda, cada una un bronce es. Dellas les hizo después a sus lienzos guarnición, y viendo que era razón que un lienzo espirase olores, oliendo lo dejó a flores, si mosquetes flores son.
No lo vendo por travieso ni porque a nadie ofende es alegre y juguetón y por las niñas se pierde niñas, guardaos de enojarle que mira que si arremete os podéis ver un día jugando con el juguete.
Decid qué es aquello tieso, con dos limones al cabo, barbado a guisa de nabo, blando y duro como güeso; de corajudo y travieso lloraba leche sabrosa. ¿Qué es cosa y cosa?
¡Qué de invidiosos montes levantados, de nieves impedidos, me contienen tus dulces ojos bellos! ¡Qué de ríos del hielo tan atados, del agua tan crecidos me defienden el ya volver a vellos! Y, cuál, burlando de ellos el noble pensamiento,
Anacreonte español, no hay quien os tope, que no diga con mucha cortesía, que ya que vuestros pies son de elegía, que vuestras suavidades son de arrope.
Lloraba la niña (y tenía razón) la prolija ausencia de su ingrato amor. Dejóla tan niña, que apenas creo yo que tenía los años que ha que la dejó. Llorando la ausencia del galán traidor, la halla la Luna y la deja el Sol,