Ante un cadáver, de Manuel Acuña | Poema

    Poema en español
    Ante un cadáver

    ¡Y bien! Aquí estás ya..., sobre la plancha 
    donde el gran horizonte de la ciencia 
    la extensión de sus límites ensancha. 

    Aquí, donde la rígida experiencia 
    viene a dictar las leyes superiores 
    a que está sometida la existencia. 

    Aquí, donde derrama sus fulgores 
    ese astro a cuya luz desaparece 
    la distinción de esclavos y señores. 

    Aquí, donde la fábula enmudece 
    y la voz de los hechos se levanta 
    y la superstición se desvanece. 

    Aquí, donde la ciencia se adelanta 
    a leer la solución de ese problema 
    que solo al anunciarse nos espanta. 

    Ella, que tiene la razón por lema, 
    y que en tus labios escuchar ansía 
    la augusta voz de la verdad suprema. 

    Aquí está ya... tras de la lucha impía 
    en que romper al cabo conseguiste 
    la cárcel que al dolor te retenía. 

    La luz de tus pupilas ya no existe, 
    tu máquina vital descansa inerte 
    y a cumplir con su objeto se resiste. 

    ¡Miseria y nada más!, dirán al verte 
    los que creen que el imperio de la vida 
    acaba donde empieza el de la muerte. 

    Y suponiendo tu misión cumplida 
    se acercarán a ti, y en su mirada 
    te mandarán la eterna despedida. 

    ¡Pero no!..., tu misión no está acabada, 
    que ni es la nada el punto en que nacemos, 
    ni el punto en que morimos es la nada. 

    Círculo es la existencia, y mal hacemos 
    cuando al querer medirla le asignamos 
    la cuna y el sepulcro por extremos. 

    La madre es solo el molde en que tomamos 
    nuestra forma, la forma pasajera 
    con que la ingrata vida atravesamos. 

    Pero ni es esa forma la primera 
    que nuestro ser reviste, ni tampoco 
    será su última forma cuando muera. 

    Tú sin aliento ya, dentro de poco 
    volverás a la tierra y a su seno 
    que es de la vida universal el foco. 

    Y allí, a la vida, en apariencia ajeno, 
    el poder de la lluvia y del verano 
    fecundará de gérmenes tu cieno. 

    Y al ascender de la raíz al grano, 
    irás del vergel a ser testigo 
    en el laboratorio soberano. 

    Tal vez para volver cambiado en trigo 
    al triste hogar, donde la triste esposa, 
    sin encontrar un pan sueña contigo. 

    En tanto que las grietas de tu fosa 
    verán alzarse de su fondo abierto 
    la larva convertida en mariposa, 

    que en los ensayos de su vuelo incierto 
    irá al lecho infeliz de tus amores 
    a llevarle tus ósculos de muerto. 

    Y en medio de esos cambios interiores 
    tu cráneo, lleno de una nueva vida, 
    en vez de pensamientos dará flores, 

    en cuyo cáliz brillará escondida 
    la lágrima tal vez con que tu amada 
    acompañó el adiós de tu partida. 

    La tumba es el final de la jornada, 
    porque en la tumba es donde queda muerta 
    la llama en nuestro espíritu encerrada. 

    Pero en esa mansión a cuya puerta 
    se extingue nuestro aliento, hay otro aliento 
    que de nuevo a la vida nos despierta. 

    Allí acaban la fuerza y el talento, 
    allí acaban los goces y los males 
    allí acaban la fe y el sentimiento. 

    Allí acaban los lazos terrenales, 
    y mezclados el sabio y el idiota 
    se hunden en la región de los iguales. 

    Pero allí donde el ánimo se agota 
    y perece la máquina, allí mismo 
    el ser que muere es otro ser que brota. 

    El poderoso y fecundante abismo 
    del antiguo organismo se apodera 
    y forma y hace de él otro organismo. 

    Abandona a la historia justiciera 
    un nombre sin cuidarse, indiferente, 
    de que ese nombre se eternice o muera. 

    Él recoge la masa únicamente, 
    y cambiando las formas y el objeto 
    se encarga de que viva eternamente. 

    La tumba sólo guarda un esqueleto 
    mas la vida en su bóveda mortuoria 
    prosigue alimentándose en secreto. 

    Que al fin de esta existencia transitoria 
    a la que tanto nuestro afán se adhiere, 
    la materia, inmortal como la gloria, 
    cambia de formas; pero nunca muere.

    Manuel Acuña nació en Saltillo (México) en 1849. Se inscribe en los estudios de Medicina en 1868, aunque se dedica principalmente a la Literatura. En 1869 funda la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl y comienza a publicar sus primeros poemas en la revista Iberia. Su obra está caracterizada por un romanticismo vehemente y la oposición directa al racionalismo. Su novela El pasado (1872) y sobre todo sus poemas, rápidamente difundidos, se asemejan al estilo de autores clásicos del Romanticismo, como Espronceda o Heine. Sus poemas, entre los que destacan Ante un cadáver y Nocturno, fueron reunidos y publicados póstumamente en 1874, un año después del suicidio por amor del poeta, a los 24 años de edad.