Cuando yo me haya ido
—qué triste que me vaya—
de esta madera mía
que me hagan una guitarra.
Cuando termine la muerte,
si dicen: “¡A levantarse!”,
a mí que no me despierten.
Que por mucho que lo piense,
yo no sé lo que me espera
cuando termine la muerte.
Que yo me conformo siempre,
y una vez acostumbrado
a mí que no me despierten.
Para encontrarme conmigo
vuelvo a salir a la calle,
calle del tiempo perdido.
Para encontrarme contigo
estoy buscando en el suelo
las huellas de su sonido.
Para encontrarme con nadie
me pongo a mirar arriba,
¡Auxilio, que Dios me ampare!
Mis cuentas no están cabales:
me falta una golondrina
y me sobran tres cristales.
Mira qué cosa tan rara:
pasé la noche contigo
estando solo en mi cama.
En este día cualquiera
párate a ver cómo canta,
antes que me vaya fuera,
mi corazón en tu mano
y tu boca en mi garganta
por la mañana temprano.
Ponte a vivir como loco:
ama, ríe, bebe, olvida.
Puesto a vivir todo es poco
por más que dure la vida.
El mar no puede morir,
se quedará navegando
aunque no haya nadie aquí.
Si otros no buscan a Dios
yo no tengo más remedio:
me debe una explicación.
No digo que sí o que no.
Digo que si Dios existe
no tiene perdón de Dios.
No digo que no o que sí.
Digo que me gustaría
que Él también creyera en mí.
Yo no le guardo rencor.
Si le encuentro alguna vez
nos perdonamos los dos.
Mi pobre tierra no puede
darme lo que estoy buscando.
Nadie da lo que no tiene.
Yo no culpo a Andalucía,
sé muy bien que a su esperanza
le pasó lo que a la mía.
Averigua quién te dio
esas ganas de morirte.
Ha tenido que ser Dios.
Ha tenido que ser Dios
un día que estaba triste.
No tiene otra explicación.