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Madre, madre, cansado y soñoliento quiero pronto volver a tu regazo; besar tu seno, respirar tu aliento y sentir la indolencia de tu abrazo.
Tú no cambias, ni mudas, ni envejeces; en ti se encuentra la virtud perdida, y tentadora y joven apareces en las grandes tristezas de la vida.
Con ansia inmensa que mi ser consume quiero apoyar las sienes en tu pecho, tal como el niño que la nieve entume busca el calor de su mullido lecho.
!Aire! ¡más luz, una planicie verde y un horizonte azul que la limite, sombra para llorar cuando recuerde, cielo para creer cuando medite!
Abre, por fin, hospedadora muda, tus vastas y tranquilas soledades, y deja que mi espíritu sacuda el tedio abrumador de las ciudades.
No más continuo batallar: ya brota sangre humeante de mi abierta herida, y quedo inerme, con la espada rota, en la terrible lucha por la vida.
¡Acude madre, y antes que perezca y bajo el peso, del dolor sucumba; o abre tus senos, y que el musgo crezca sobre la humilde tierra de mi tumba!