Es noche. La inmensa palabra es silencio... Hay entre los árboles un grave misterio... El sonido duerme, el color se ha muerto. La fuente está loca, y mudo está el eco.
¿Te acuerdas?... En vano quisimos saberlo... ¡Qué raro! ¡Qué oscuro! ¡Aún crispa mis nervios, pasando ahora mismo tan sólo el recuerdo, como si rozado me hubiera un momento el ala peluda de horrible murciélago!... Ven, ¡mi amada! Inclina tu frente en mi pecho; cerremos los ojos; no oigamos, callemos... ¡Como dos chiquillos que tiemblan de miedo!
La luna aparece, las nubes rompiendo... La luna y la estatua se dan un gran beso
Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. Unos ojos de hastío y una boca de sed... Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... Calaveradas, amoríos... Nada grave, Un poco de locura, un algo de poesía, una gota del vino de la melancolía...
El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas, llaga de luz los petos y espaldares y flamea en las puntas de las lanzas. El ciego sol, la sed y la fatiga. Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos
Es noche. La inmensa palabra es silencio... Hay entre los árboles un grave misterio... El sonido duerme, el color se ha muerto. La fuente está loca, y mudo está el eco.
Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron —soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—, que todo lo ganaron y todo lo perdieron. Tengo el alma de nardo del árabe español.
¡Oh, el sotto voce balbuciente, oscuro, de la primer lujuria!... ¡Oh, la delicia del beso adolescente, casi puro!... ¡Oh, el no saber de la primer caricia!...