El jardín negro, de Manuel Machado | Poema

    Poema en español
    El jardín negro

    Es noche. La inmensa 
    palabra es silencio... 
    Hay entre los árboles 
    un grave misterio... 
    El sonido duerme, 
    el color se ha muerto. 
    La fuente está loca, 
    y mudo está el eco. 

    ¿Te acuerdas?... En vano 
    quisimos saberlo... 
    ¡Qué raro! ¡Qué oscuro! 
    ¡Aún crispa mis nervios, 
    pasando ahora mismo 
    tan sólo el recuerdo, 
    como si rozado 
    me hubiera un momento 
    el ala peluda 
    de horrible murciélago!... 
    Ven, ¡mi amada! Inclina 
    tu frente en mi pecho; 
    cerremos los ojos; 
    no oigamos, callemos... 
    ¡Como dos chiquillos 
    que tiemblan de miedo! 

    La luna aparece, 
    las nubes rompiendo... 
    La luna y la estatua 
    se dan un gran beso

    • Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. 
      Unos ojos de hastío y una boca de sed... 
      Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... 
      Calaveradas, amoríos... Nada grave, 
      Un poco de locura, un algo de poesía, 
      una gota del vino de la melancolía... 

    • El ciego sol se estrella 
      en las duras aristas de las armas, 
      llaga de luz los petos y espaldares 
      y flamea en las puntas de las lanzas. 
      El ciego sol, la sed y la fatiga. 
      Por la terrible estepa castellana, 
      al destierro, con doce de los suyos 

    • A Miguel de Unamuno 
       
      Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron 
      —soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—, 
      que todo lo ganaron y todo lo perdieron. 
      Tengo el alma de nardo del árabe español. 

    • Llorando, llorando, 
      nochecita oscura, por aquel camino 
      la andaba buscando. 

      Conmigo no vengas... 
      Que la suerte mía por malitos pasos, 
      gitana me lleva. 

      ¡Mare del Rosario, 
      cómo yo guardaba el pelito suyo 
      en un relicario! 

    • No tienes quien te bese 
      tus labios de grana, 
      Ni quien tu cintura elástica estreche, 
      dice tu mirada. 

      No tienes quien hunda 
      Las manos amantes 
      en tu pelo hermoso, y a tus ojos negros 
      no se asoma nadie. 

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