La hora cárdena... La tarde los velos se va quitando... El velo de oro..., el de plata. La hora cárdena... «Aún es temprano».
«Nada veo sino el polvo del camino...» «Aún es temprano».
«¿Gritaron, madre?» «No, hija; nadie habló... ¿Lloras?...» «Lo blanco del camino que contemplo las lágrimas me ha saltado...» «No es eso...» «Yo no sé, madre». «Él vendrá, que aún es temprano».
«Madre, el humo se está quieto, las nubes parecen mármol..., y los árboles diríase, que tienden abiertos brazos».
Un mendigo horrible pasa, y hacia el castillo ha mirado.
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Una negra mariposa revolotea en el cuarto. La hora cárdena... La tarde los velos se va quitando...
El velo de oro, el de plata..., el de celajes violados. ... Y el sol va a caer allá lejos, guerrero herido en el campo.
¡Mal hayan los servidores que sin su señor tornaron, los que con él se partieron y traen, sin él, su caballo!
De un sol que brilla y no arde la última lumbre serena... Una campana que suena en el palor de la tarde... De una ovejuela cobarde el anheloso balar... Y una moza del lugar que oye charlar a la fuente, con el pensamiento ausente
Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. Unos ojos de hastío y una boca de sed... Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... Calaveradas, amoríos... Nada grave, Un poco de locura, un algo de poesía, una gota del vino de la melancolía...