Era un suspiro lánguido y sonoro la voz del mar aquella tarde... El día, no queriendo morir, con garras de oro de los acantilados se prendía.
Pero su seno el mar alzó potente, y el sol, al fin, como en soberbio lecho, hundió en las olas la dorada frente, en una brasa cárdena deshecho.
Para mi pobre cuerpo dolorido, para mi triste alma lacerada, para mi yerto corazón herido, para mi amarga vida fatigada... ¡el mar amado, el mar apetecido, el mar, el mar, y no pensar nada...!
De un sol que brilla y no arde la última lumbre serena... Una campana que suena en el palor de la tarde... De una ovejuela cobarde el anheloso balar... Y una moza del lugar que oye charlar a la fuente, con el pensamiento ausente
Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. Unos ojos de hastío y una boca de sed... Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... Calaveradas, amoríos... Nada grave, Un poco de locura, un algo de poesía, una gota del vino de la melancolía...