Ocaso, de Manuel Machado | Poema

    Poema en español
    Ocaso

    Era un suspiro lánguido y sonoro 
    la voz del mar aquella tarde... El día, 
    no queriendo morir, con garras de oro 
    de los acantilados se prendía. 

    Pero su seno el mar alzó potente, 
    y el sol, al fin, como en soberbio lecho, 
    hundió en las olas la dorada frente, 
    en una brasa cárdena deshecho. 

    Para mi pobre cuerpo dolorido, 
    para mi triste alma lacerada, 
    para mi yerto corazón herido, 
    para mi amarga vida fatigada... 
    ¡el mar amado, el mar apetecido, 
    el mar, el mar, y no pensar nada...!

    • Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. 
      Unos ojos de hastío y una boca de sed... 
      Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... 
      Calaveradas, amoríos... Nada grave, 
      Un poco de locura, un algo de poesía, 
      una gota del vino de la melancolía... 

    • El ciego sol se estrella 
      en las duras aristas de las armas, 
      llaga de luz los petos y espaldares 
      y flamea en las puntas de las lanzas. 
      El ciego sol, la sed y la fatiga. 
      Por la terrible estepa castellana, 
      al destierro, con doce de los suyos 

    • A Miguel de Unamuno 
       
      Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron 
      —soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—, 
      que todo lo ganaron y todo lo perdieron. 
      Tengo el alma de nardo del árabe español. 

    • Llorando, llorando, 
      nochecita oscura, por aquel camino 
      la andaba buscando. 

      Conmigo no vengas... 
      Que la suerte mía por malitos pasos, 
      gitana me lleva. 

      ¡Mare del Rosario, 
      cómo yo guardaba el pelito suyo 
      en un relicario! 

    • En tu boca roja y fresca 
      beso, y mi sed no se apaga, 
      que en cada beso quisiera 
      beber entera tu alma. 

      Me he enamorado de ti 
      y es enfermedad tan mala, 
      que ni la muerte la cura, 
      ¡bien lo saben los que aman! 

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