Puede que fueras tú... Confusamente, entre la mucha gente, esbelta, serpentina --y vestida de blanco-- una mujer divina llamó a mis ojos... Pero, ¡No! Tú vistes el negro, siempre, de las noches tristes.
Puede que fueras tú... Porque mi alma se salió toda por mis ojos... Tanto, que si yo no pensara en aquel pelo negro que tu cara acaricia, ¡tan negro!... Juraría que eras tú aquella rubia como el día. ...Y puede que tú fueras... Aunque aquella mujer iba apoyada en el brazo de un hombre, alegre y bella. Y rozándole la cara con su cabello, con mirada indecible de amor... ¡Y es imposible que tú vuelvas a amar después de aquello!
Es noche. La inmensa palabra es silencio... Hay entre los árboles un grave misterio... El sonido duerme, el color se ha muerto. La fuente está loca, y mudo está el eco.
Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed. Unos ojos de hastío y una boca de sed... Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... Calaveradas, amoríos... Nada grave, Un poco de locura, un algo de poesía, una gota del vino de la melancolía...
El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas, llaga de luz los petos y espaldares y flamea en las puntas de las lanzas. El ciego sol, la sed y la fatiga. Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos
Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron —soy de la raza mora, vieja amiga del Sol—, que todo lo ganaron y todo lo perdieron. Tengo el alma de nardo del árabe español.
¡Oh, el sotto voce balbuciente, oscuro, de la primer lujuria!... ¡Oh, la delicia del beso adolescente, casi puro!... ¡Oh, el no saber de la primer caricia!...