Su herida golpead de vez en cuando;
no dejadla jamás que cicatrice.
Que arroje sangre fresca su dolor
y eterno viva en su raíz el llanto.
Si se arranca a volar, gritadle a voces
su culpa: ¡que recuerde!
Arrojadle pellas de barro oscuro al rostro.
Si en su palabra crecen las flores nuevamente,
pisad su savia roja
hasta que nazcan lívidas, como manos de muerto.
Talad, talad: que no descuelle
su corazón de música oprimida.
Porque esa es vuestra ley, tan extraña a la mía:
si un río se alza para hablar con la luna,
ponedle un dique oscuro.
Si una estrella olvidando su distancia se mece
en los agraces labios de un muchacho,
denunciadla a los astros.
Cuando un corzo se beba la libertad y el bosque,
atadlo como a un perro.
Si hay algún pez que aprendiera a vivir sin el agua,
negadle orilla y tierra.
Si el alba se deslumbra de claridad alada,
clavad las hojas verdes de la noche en sus noches.
Si hay un hombre que tiene
su corazón de viento,
llenádselo de piedras
y hundidle la rodilla sobre su pecho.