Su herida golpead de vez en cuando; no dejadla jamás que cicatrice. Que arroje sangre fresca su dolor y eterno viva en su raíz el llanto.
Si se arranca a volar, gritadle a voces su culpa: ¡que recuerde! Arrojadle pellas de barro oscuro al rostro. Si en su palabra crecen las flores nuevamente, pisad su savia roja hasta que nazcan lívidas, como manos de muerto.
Talad, talad: que no descuelle su corazón de música oprimida.
Porque esa es vuestra ley, tan extraña a la mía: si un río se alza para hablar con la luna, ponedle un dique oscuro. Si una estrella olvidando su distancia se mece en los agraces labios de un muchacho, denunciadla a los astros. Cuando un corzo se beba la libertad y el bosque, atadlo como a un perro.
Si hay algún pez que aprendiera a vivir sin el agua, negadle orilla y tierra. Si el alba se deslumbra de claridad alada, clavad las hojas verdes de la noche en sus noches.
Si hay un hombre que tiene su corazón de viento, llenádselo de piedras y hundidle la rodilla sobre su pecho.
Sí, lo comprendo. Tú llevas una cruz sobre tu pecho, tú rezas con fervor todos los días, no esperas tu cosecha en este mundo: hay ángeles que siegan con sus alas las azules espigas de tus sueños. Está bien.
La tierra no es redonda: es un patio cuadrado donde los hombres giran bajo un cielo de estaño. Soñé que el mundo era un redondo espectáculo envuelto por el cielo, con ciudades y campos en paz, con trigo y besos,
Decidme cómo es un árbol, contadme el canto de un río cuando se cubre de pájaros, habladme del mar, habladme del olor ancho del campo de las estrellas, del aire. Recitadme un horizonte sin cerradura y sin llave como la choza de un pobre,