Carta urgente a la juventud del mundo, de Marcos Ana | Poema

    Poema en español
    Carta urgente a la juventud del mundo

    Si la juventud quisiera 
    mi pena se acabaría, 
    y mis cadenas. 

    (Decid ¡basta! 
    Haced la prueba.) 

    Vuestros brazos son un bosque 
    que llena toda la tierra; 
    si enarboláis vuestras manos 
    el cielo cubrís con ellas. 
    ¿Qué tiranos, qué cerrojos, 
    qué murallones, qué puertas 
    no vencieran vuestras voces 
    en un alud de protesta? 

    (Todos los tiranos tienen 
    sus pedestales de arena, 
    de sangre rota, y de barro 
    babilónico sus piernas.) 

    Pronunciad una palabra, 
    decid una sola letra, 
    moved tan solo los labios 
    a la vez y la marea 
    juvenil atronaría 
    como un mar cuando se encrespa. 

    Pero, ¿quién soy yo, qué barco 
    de dolor, qué espuma vieja, 
    qué aire sin luz en el viento 
    acerco a vuestras riberas? 

    Como campanario de oro 
    vuestros corazones sueñan. 
    La juventud es la hora 
    del amor, su primavera. 
    ¿Por qué mover vuestras ramas 
    alegres con mi tristeza? 
    ¿No es mejor que yo me coma 
    mi pan solo en las tinieblas; 
    que mis pies cuenten las losas 
    veinte años más, mientras sueñan 
    mis alas entre las nubes 
    de un cielo roto en mis rejas? 

    Pero la vida -mi vida- 
    me está clamando en las venas; 
    abrasa loca las palmas 
    de mis manos; lanzaderas 
    clava y desclava en mi frente 
    y el pensamiento me quema. 

    Ved nuestros tonos. Ya somos 
    como terribles cortezas; 
    claustrales rostros, salobres 
    ojos que buscan a tientas 
    -sedientos de luz y sol- 
    una grieta entre las piedras. 

    No sabéis lo que es vivir 
    muriéndose a vida llena; 
    grises, sobre grises patios, 
    sin más luz que una bandera 
    de amor... 

    Ni lo sepáis nunca... 
    Más si queréis que esta lepra 
    jamás os alcance el pecho, 
    no dejéis 'mi muerte' quieta. 
    No dejadme, no dejadnos 
    con nuestras sienes abiertas 
    y en un cerrojo sangrante 
    crucificada la lengua. 

    Levad vuestros pechos. ¡Pronto! 
    ( Es bueno que esta gangrena 
    os revuelva las entrañas.) 
    ¡Echad abajo mi celda! 
    Abrid mi ataúd; que el mundo 
    en pie de asombro nos vea 
    indomables, pero heridos, 
    sepultos bajo la tierra. 
    ¡Que no queden en silencio 
    mis cadenas!