Yo que había sido borrada por el fuego me fui cubriendo de verde (qué estación más luminosa)
Con el tiempo los animales vinieron a habitarme,
primero uno a uno, furtivos (sus conocidas huellas quemaban); y después al haber ya trazado nuevos límites volviendo, más seguros, año tras año, de dos en dos
pero inquietos: no estaba preparada del todo para que me habitaran
Les pudo parecer que pesaba demasiado: pude haberme volcado; Me daba miedo cómo el brillo de sus ojos (verdes o ámbar) llegaba al exterior desde dentro de mí
No estaba terminada; de noche no veía sin candiles.
Él escribió, Nos vamos. Contesté No me queda ya ropa que ponerme
Llegó la nieve. Fue de gran ayuda el trineo; quedaba atrás su rastro como si me empujara a la ciudad
y una vez rodeada la primera colina, me encontré de repente deshabitada: ya se habían ido. Hubo algo que casi me enseñaron y que al irme no había aún aprendido.
Delante mío caminabas, atrayéndome hacia la verde luz que alguna vez me asesinó con sus colmillos. Insensible te seguí, como un brazo dormido y obediente pero no fui yo quien quiso volver al tiempo Había llegado a amar el silencio,
El momento en que después de muchos años de arduo trabajo y una extensa travesía te paras en el centro de tu habitación, casa, medio acre, milla cuadrada, isla, país, sabiendo por fin como llegaste hasta allí y dices «Esto es mío»