La mujer espera la llegada de los ciervos. Se sienta en la cuneta y se descalza. Con la uña más pequeña de su pie rasca la tierra blanda y enmohecida hasta arrancar un árbol de raí\xadz. Con un dedo invisible en su estatura, remoto soberano primordial empuja los nogales, los gomeros, las hayas y los robles, los manzanos. Después, bajo la lluvia, se arrepiente mientras le late el pánico en la ropa. El dedo mutilado es como el odio del árbol mutilado, en la mujer que se pinta en los labios treinta y dos piezas dentales blancas, esmaltadas con las que no morderse los pezones ni llorar por los árboles caí\xaddos y que suben despacio, en sus alveolos, como subió cada árbol a su copa. Del tronco descuajado, vuelto torre gemela de otras torres neoyorquinas caen los pájaros muertos, las personas como estorninos muertos, el ramaje como chicharra muerta, los tablones como féretros muertos para Irak. La mujer entretanto se avergüenza, guarda el dedo y su uña, sus dolores, el esponjoso hueco de la encí\xada en que ató cada diente su raí\xadz y levantó una torre mineral. A su lado, los árboles reposan su tiempo de madera, griterí\xado de perros y de niños clausurados, los brazos y las piernas como ramas taladas con dolor contra la tierra. Los animales huyen espantados. Los ciervos se disculpan y no vienen.
Como los elefantes, la mujer se inquieta ante los huesos de su especie, mueve nerviosamente la cabeza, se extravía y tropieza en su dolor. Los esqueletos largos, mascarones que arrojaron el mar y el pleistoceno para dormir, lavados por el agua
La mujer pinta sus pies de verde y se sube a ellos. De los talones nace el odio del asfalto, su ennegrecida capa de petróleo embetunando pájaros y niños, forma de aminoácido esencial que desgasta las alas, la llovizna, las caracolas blancas peleando
La mujer espera la llegada de los ciervos. Se sienta en la cuneta y se descalza. Con la uña más pequeña de su pie rasca la tierra blanda y enmohecida hasta arrancar un árbol de raí\xadz. Con un dedo invisible en su estatura, remoto soberano primordial
La mujer es un bello, implacable animal que se pinta con nieve el corazón. Una osezna que hiberna largamente pero pare a sus crías en el frío, un animal feroz, sobrepasado por su propia pasión, temperatura que derrite la escarcha y los desaires.