La mujer pinta sus pies de verde y se sube a ellos. De los talones nace el odio del asfalto, su ennegrecida capa de petróleo embetunando pájaros y niños, forma de aminoácido esencial que desgasta las alas, la llovizna, las caracolas blancas peleando contra el rencor viscoso de la brea. Con una brocha grande, la mujer pinta el verdor oscuro de las aguas en las que se deslizan los arenques y sus anillos de aire livianí\xadsimo, también los hipocampos, las ballenas, los moluscos marinos que retozan en praderas de posidonias vivas y se aparean en nombre del amor. Igualmente la hierba de los prados, el musgo cariñoso y los helechos comienzan en los dedos desiguales de los pies y remontan las rodillas como salmones tibios desovando a la altura feliz de las caderas. Para el negro sudario del benceno que atrapa las gaviotas y las lanza contra la arena triste, enrarecida del tiempo y el esfuerzo alquitranados, la mujer se encarama en sus dos pies y suelta el corazón como una tórtola.
Como los elefantes, la mujer se inquieta ante los huesos de su especie, mueve nerviosamente la cabeza, se extravía y tropieza en su dolor. Los esqueletos largos, mascarones que arrojaron el mar y el pleistoceno para dormir, lavados por el agua
La mujer pinta sus pies de verde y se sube a ellos. De los talones nace el odio del asfalto, su ennegrecida capa de petróleo embetunando pájaros y niños, forma de aminoácido esencial que desgasta las alas, la llovizna, las caracolas blancas peleando
La mujer espera la llegada de los ciervos. Se sienta en la cuneta y se descalza. Con la uña más pequeña de su pie rasca la tierra blanda y enmohecida hasta arrancar un árbol de raí\xadz. Con un dedo invisible en su estatura, remoto soberano primordial
La mujer es un bello, implacable animal que se pinta con nieve el corazón. Una osezna que hiberna largamente pero pare a sus crías en el frío, un animal feroz, sobrepasado por su propia pasión, temperatura que derrite la escarcha y los desaires.