La mujer es un bello, implacable animal que se pinta con nieve el corazón. Una osezna que hiberna largamente pero pare a sus crías en el frío, un animal feroz, sobrepasado por su propia pasión, temperatura que derrite la escarcha y los desaires. Mientras el oso duerme, merodea, mastica con desgana los recuerdos y rebaja su tasa metabólica, ella desgasta el tiempo del glaciar como hielo que vive en su tormenta, su estallido feliz, cristalográfico que le devuelve el modo más flexible y líquido, también nombrado amor o arroyo que le corre por las patas y hace bajar al hijo, a los oseznos hasta el suelo en que habrán de levantarse. Entonces toma nieve y se calienta el corazón blanquísimo y ardiendo en su aterida cueva silenciosa. A nada temerá, con sus dos manos arranca sus criaturas, sus pesares, baja vida caliente de sus ingles, de sus huesos inmensos y esponjosos que se abren con dolor mientras hiberna. Las lágrimas de esfuerzo y de alegría pintan de sal su pelo entumecido y al caer sobre el hielo lo disuelven. Con el perfecto blanco sobre blanco, la floración arisca del invierno reverdece al igual que la mujer.
La mujer pinta sus pies de verde y se sube a ellos. De los talones nace el odio del asfalto, su ennegrecida capa de petróleo embetunando pájaros y niños, forma de aminoácido esencial que desgasta las alas, la llovizna, las caracolas blancas peleando
La mujer espera la llegada de los ciervos. Se sienta en la cuneta y se descalza. Con la uña más pequeña de su pie rasca la tierra blanda y enmohecida hasta arrancar un árbol de raí\xadz. Con un dedo invisible en su estatura, remoto soberano primordial
Como los elefantes, la mujer se inquieta ante los huesos de su especie, mueve nerviosamente la cabeza, se extravía y tropieza en su dolor. Los esqueletos largos, mascarones que arrojaron el mar y el pleistoceno para dormir, lavados por el agua
La mujer es un bello, implacable animal que se pinta con nieve el corazón. Una osezna que hiberna largamente pero pare a sus crías en el frío, un animal feroz, sobrepasado por su propia pasión, temperatura que derrite la escarcha y los desaires.