Yo que creí que la luz era mía precipitado en la sombra me veo. Ascua solar, sideral alegría ígnea de espuma, de luz, de deseo.
Sangre ligera, redonda, granada: raudo anhelar sin perfil ni penumbra. Fuera, la luz en la luz sepultada. Siento que sólo la sombra me alumbra.
Sólo la sombra. Sin rastro. Sin cielo. Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles dentro del aire que no tiene vuelo, dentro del árbol de los imposibles.
Cárdenos ceños, pasiones de luto. Dientes sedientos de ser colorados. Oscuridad del rencor absoluto. Cuerpos lo mismo que pozos cegados.
Falta el espacio. Se ha hundido la risa. Ya no es posible lanzarse a la altura. El corazón quiere ser más de prisa fuerza que ensancha la estrecha negrura.
Carne sin norte que va en oleada hacia la noche siniestra, baldía. ¿Quién es el rayo de sol que la invada? Busco. No encuentro ni rastro del día.
Sólo el fulgor de los puños cerrados, el resplandor de los dientes que acechan. Dientes y puños de todos los lados. Más que las manos, los montes se estrechan.
Turbia es la lucha sin sed de mañana. ¡Qué lejanía de opacos latidos! Soy una cárcel con una ventana ante una gran soledad de rugidos.
Soy una abierta ventana que escucha, por donde ver tenebrosa la vida. Pero hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida.
Riéndose, burlándose con claridad del día, se hundió en la noche el niño que quise ser dos veces. No quise más la luz. ¿Para qué? No saldría más de aquellos silencios y aquellas lobregueces.
Tened presente el hambre: recordad su pasado turbio de capataces que pagaban en plomo. Aquel jornal al precio de la sangre cobrado, con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
Alto soy de mirar a las palmeras, rudo de convivir con las montañas... Yo me vi bajo y blando en las aceras de una ciudad espléndida de arañas. Difíciles barrancos de escaleras, calladas cataratas de ascensores, ¡qué impresión de vacío!,