Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío: claridad absoluta, transparencia redonda. Limpidez cuya extraña, como el fondo del río, con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda..
¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho, corazón de alborada, carnación matutina? Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho. Tu sangre es la mañana que jamás se termina.
No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso. Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente. La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso. Tu insondable mirada nunca gira al poniente.
Claridad sin posible declinar. Suma esencia del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre. Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia acercando los astros más lejanos de lumbre.
Claro cuerpo moreno de calor fecundante. Hierba negra el origen; hierba negra las sienes. Trago negro los ojos, la mirada distante. Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.
Yo no quiero más luz que tu sombra dorada donde brotan anillos de una hierba sombría. En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada, para siempre es de noche: para siempre es de día.
Todas las madres del mundo, ocultan el vientre, tiemblan, y quisieran retirarse, a virginidades ciegas, el origen solitario y el pasado sin herencia. Pálida, sobrecogida la fecundidad se queda. El mar tiene sed y tiene
He poblado tu vientre de amor y sementera, he prolongado el eco de sangre a que respondo y espero sobre el surco como el arado espera: he llegado hasta el fondo.
Te me mueres de casta y de sencilla: estoy convicto, amor, estoy confeso de que, raptor intrépido de un beso, yo te libé la flor de la mejilla. Yo te libé la flor de la mejilla, y desde aquella gloria, aquel suceso, tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
Sólo quien ama vuela. Pero, ¿quién ama tanto que sea como el pájaro más leve y fugitivo? Hundiendo va este odio reinante todo cuanto quisiera remontarse directamente vivo.