A una dama que deseaba saber su estado, de Pedro Calderón de la Barca | Poema

    Poema en español
    A una dama que deseaba saber su estado

    Curiosísima señora, 
    tú, que mi estado preguntas, 
    y de moribus et vita 
    examinarme procuras; 

    quienquiera que eres, atiende, 
    y en cómico estilo escucha; 
    que he de decirte un romance 
    para quitarte la duda. 

    Va de retrato primero; 
    luego, si quieres la musa, 
    irá de costumbres, bien 
    que habré de callar alguna. 

    Sea lámina el papel, 
    matiz la tinta, la pluma 
    pincel; quiera Dios que salga 
    parecida mi pintura. 

    Yo soy un hombre de tan 
    desconversable estatura 
    que entre los grandes es poca 
    y entre los chicos es mucha. 

    Montañés soy; algo deudo 
    allá, por chismes de Asturias, 
    de dos jueces de Castilla, 
    Laín Calvo y Nuño Rasura; 

    hablen mollera y copete: 
    mira qué de cosas juntas 
    te he dicho en cuatro palabras, 
    pues dicen calva y alcurnia. 

    Preñada tengo la frente 
    sin llegar al parto nunca, 
    teniendo dolores todos 
    los crecientes de la luna. 

    En la sien izquierda tengo 
    cierta descalabradura; 
    que al encaje de unos celos 
    vino pegada esta punta. 

    Las cejas van luego, a quien 
    desaliñadas arrugas 
    de un capote mal doblado 
    suele tener cejijuntas. 

    No me hallan los ojos todos, 
    si atentos no me los buscan 
    (que allá, en dos cuencas, si lloran 
    una es Huéscar y otra es Júcar); 

    a ellos suben los bigotes 
    por el tronco hasta la altura, 
    cuervos que los he criado 
    y sacármelos procuran. 

    Pálido tengo el color, 
    la tez macilenta y mustia 
    desde que me aconteció 
    el espanto de unas bubas. 

    En su lugar la nariz 
    ni bien es necia ni aguda, 
    mas tan callada que ya 
    ni con tabaco estornuda. 

    La boca es de espuerta, rota, 
    que vierte por las roturas 
    cuanto sabe; sólo guarda 
    la herramienta de la gula. 

    Mis manos son pies de puerco 
    con su vello y con sus uñas; 
    que, a comérmelas tras algo, 
    el algo fuera grosura. 

    El talle, si gusta el sastre, 
    es largo; mas si no gusta 
    es corto; que él manda desde 
    mi golilla a mi cintura; 

    de aquí a la liga no hay 
    cosa ni estéril ni oculta, 
    sino cuatro faltriqueras 
    que no tienen plus ni ultra. 

    La pierna es pierna y no más, 
    ni jarifa ni robusta 
    algún tanto cuanto zamba 
    pero no zambacatuña. 

    Sólo el pie de mi te alabo, 
    salvo que es de mala hechura, 
    salvo que es muy ancho, y salvo 
    que es largo y salvo que suda. 

    Este soy pintiparado, 
    sin lisonja hacerme alguna; 
    y, si así soy a mi vista, 
    ¡ay, Dios, cuál seré a la tuya! 

    Dejemos en este estado 
    mi levantada figura 
    y vamos, de mis progresos, 
    a la innumerable chusma; 

    que hoy, en tu servicio, tengo 
    de cejar hasta la cuna 
    la memoria de mis años; 
    ¡oh, no me aflige, entre burlas! 

    Nací en Madrid, y nací 
    con suerte tan importuna 
    que hasta un Ventura de Tal 
    conocí (¡no más ventura...!). 

    Crecí, y mi señora madre, 
    religiosamente astuta, 
    como dando en otra cosa 
    dio en que me había de ser cura. 

    El de Troya me ordenó 
    de la primera tonsura, 
    de cuyas órdenes sólo 
    la coronilla me dura. 

    Bachiller por Salamanca 
    también me hice luego, cuya 
    bachillería es licencia 
    que en mil actos me disculpa. 

    La codicia de un bolsico 
    en la literaria justa 
    de Isidro me hizo poeta; 
    ¿quién no ha pecado en pecunia? 

    Con lo cual, Bártulo y Baldo 
    se me quedaron a escuras, 
    pues en vez de decir leyes 
    hice coplas en ayunas. 

    La cómica inclinación 
    me llevó a la farandula: 
    comedias hice; si malas 
    o buenas, tú te las juzga. 

    Desde letrado a poeta 
    pasé; y viendo cuánto acusan 
    a la poesía unos viejos 
    de impertinencia machucha, 

    traté de mudar estado; 
    y, por más estrecha y justa 
    religión, la de escudero 
    me recibió en su clausura. 

    Aquí discurra el lector 
    (si es que hay lector que discurra) 
    cuáles son, para seguidos, 
    los pasos de mi fortuna: 

    Gorrón, poeta, escudero 
    he sido y seré. ¡Oh suma 
    paciencia de Job!, ¿tuviste 
    más calamidades juntas? 

    Con estas tres profesiones, 
    ¿quién imagina, quién duda 
    que habré sido el «no en mis días» 
    de cualquier suegra futura? 

    Y así, soltero hasta hoy 
    me quedé; y hoy más que nunca 
    por razones de que el duque, 
    mi señor, tiene la culpa; 

    que, como caballerizo 
    me hizo su excelencia augusta, 
    huyen todas, por no ser 
    caballeriza ninguna. 

    De este desaire de todas 
    me despico con algunas 
    que me sufren mis defectos 
    porque los suyos les sufra, 

    si bien el día de hoy 
    está, con las grandes lluvias, 
    el tiempo tan apurado 
    que hasta amor pena penuria; 

    más, como ajustarse al tiempo 
    dice un sabio que es cordura, 
    siendo congrua de mi amor 
    tres damas, con dos se ajusta: 

    dos damas tengo, no más; 
    que en la compañía más zurda 
    por fuerza ha de haber quien haga 
    primera dama y segunda; 

    y, como al fin, por el troppo 
    variar bella es la natura, 
    de las dos con que me hallo, 
    una es morena, otra rubia; 

    una es dama de alta guisa 
    con su poco de aventura; 
    de baja guisa es la otra, 
    que una es clara y otra culta; 

    una es fea, y otra, y todo; 
    que en esto sólo se aúnan 
    porque yo más quiero dos 
    fealdades que una hermosura. 

    A entrambas las quiero bien; 
    que aunque allá Platón murmura 
    que el que quiere a un tiempo a dos 
    no quiere bien a ninguna, 

    miente Platón; porque ¿qué es 
    querer bien a una criatura 
    sino querer su salud, 
    sus galas y sus holguras? 

    Pues si yo quiero que tengan 
    mucha salud, fiestas muchas 
    y muchas galas, aunque... 

    Pedro Calderón de la Barca nació el 17 de enero de 1600 en Madrid. De familia de hidalgos, su padre era secretario del Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda. Comenzó su formación en 1605 en Valladolid, donde la familia se había trasladado al encontrarse allí la Corte. En 1608 su padre decidió que ingresara en el Colegio Imperial de los jesuitas de Madrid, donde estuvo hasta 1613. Continuó estudios en la Universidad de Alcalá de Henares y más tarde pasó a la Universidad de Salamanca. Sin embargo, no se ordenó religioso, tal y como había deseado su padre. En cambio, se decantó por la vida militar y tomó parte en varias campañas militares al servicio del duque del Infantado en Flandes y en el norte de Italia durante 1623 y 1625. Su primera comedia conocida, Amor, honor y poder, se estrenó en Madrid en 1623 con motivo de la visita del príncipe de Gales. A su regreso de la guerra continuó escribiendo y representando dramas en la capital del reino. Lo cierto es que durante sus años mozos estuvo envuelto en varias pendencias y en broncas a causa del juego, como la violación de la clausura del Convento de las Trinitarias de Madrid en el que irrumpió persiguiendo a un rival, hecho que le ganó la enemistad de otro grande como Lope de Vega, cuya hija moraba entre aquellos muros. El éxito de sus comedias le granjeó el favor del monarca Felipe IV, quien le encargó numerosas obras para los teatros de la Corte, como El mayor encanto, amor, que inauguró el Coliseo del Palacio del Buen Retiro en 1635. Fueron años de gran prestigio, con obras como La dama duende y El príncipe constante (1629), Casa con dos puertas mala es de guardar (1632), El médico de su honra (1635), La vida es sueño (1636), No hay burlas con el amor y El mágico prodigioso (1637) o El alcalde de Zalamea (1640). En 1651 se ordenó sacerdote y dos años después obtuvo la capellanía de la catedral de Toledo. Continuó escribiendo dramas y comedias, pero las obras sacramentales ocuparon un lugar preponderante en su producción desde entonces, como es el caso de El gran teatro del mundo (1655). El rey le impuso el hábito de Santiago y le nombró su capellán personal. Tuvo una larga vida que se apagó el 25 de mayo de 1681 en la ciudad que lo vio nacer.