Torpemente el amor busca, de Pedro Salinas | Poema

    Poema en español
    Torpemente el amor busca

    Torpemente el amor busca. 
    Vive en mí como una oscura 
    fuerza extrañada. No tiene 
    ojos que le satisfagan 
    su ansia de ver. Los espera. 
    Tantea a un lado y a otro: 
    se tropieza con el cielo, 
    con un papel, o con nada. 
    Ni aire ni tierra ni agua 
    le sirven para salir 
    desde su mina a la vida, 
    porque él ni vuela ni anda. 
    Sólo quiere, quiere, quiere, 
    y querer no es caminar, 
    ni volar, con pies, con alas 
    de otros seres. El amor 
    sólo va hacia su destino 
    con las alas y los pies 
    que de su entraña le nazcan 
    cada día, que jamás 
    tocaron la tierra, el aire, 
    y que no se usaron nunca 
    en más vuelos ni jornadas 
    que los de su oficio virgen. 
    Y así mientras no le salgan, 
    fuerzas de pluma en los hombros, 
    nuevas plantas, 
    está como masa oscura, 
    en el fondo de su mar, 
    esperando que le lleguen 
    formas de vida a su ansia. 
    Se acerca el mundo y le ofrece 
    salidas, salidas vagas: 
    una rosa, no le sirve. 
    El amor no es una rosa. 
    Un día azul; el amor 
    no es tampoco una mañana. 
    Le brinda sombras, espectros, 
    que no se pueden asir, 
    llenos de incorpóreas gracias; 
    pero un querer, aunque venga 
    de las sombras, 
    es siempre lo que se abraza. 
    Y por fin le trae un sueño, 
    un sueño tan parecido 
    que se siente todo trémulo 
    de inminencia, al borde ya 
    de la forma que esperaba. 

    Que esperaba y que no es: 
    porque un sueño sólo es sueño 
    verdadero 
    cuando en materia mortal 
    se desensueña y se encarna. 
    Y allá se vuelve el amor 
    a su entraña, 
    a trabajar sin cesar 
    con la fe de que de él salga 
    su mismo salir, la ansiada 
    forma de vivirse, esa 
    que no se puede encontrar 
    sino a fuerza 
    de esperar desesperado: 
    a fuerza de tanto amarla.

    Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951), autor de poemarios emblemáticos como Seguro azar, La voz a ti debida o El contemplado, es una figura clave del panorama cultural español del siglo XX. También cabe destacar su obra epistolar, en la que destaca Cartas a Katherine Whitmore y su Correspondencia (1923-1951) con el también poeta Jorge Guillén. Su vida, consagrada a la poesía y a la literatura, estuvo marcada por su exilio a Estados Unidos en 1936. 

    • Ahora te quiero, 
      como el mar quiere a su agua: 
      desde fuera, por arriba, 
      haciéndose sin parar 
      con ella tormentas, fugas, 
      albergues, descansos, calmas. 
      ¡Qué frenesíes, quererte! 
      ¡Qué entusiasmo de olas altas, 
      y qué desmayos de espuma 

    • ¿Serás, amor 
      un largo adiós que no se acaba? 
      Vivir, desde el principio, es separarse. 
      En el primer encuentro 
      con la luz, con los labios, 
      el corazón percibe la congoja 
      de tener que estar ciego y solo un día. 
      Amor es el retraso milagroso 

    • Si te quiero 
      no es porque te lo digo; 
      es porque me lo digo y me lo dicen. 
      El decírtelo a ti, ¡Que poco importa 
      a esa pura verdad que es en su fondo 
      quererte! Me lo digo, 
      y es como un despertar de un no decirlo, 
      como un nacer desnudo, 

    • Qué alegría, vivir 
      sintiéndose vivido. 
      Rendirse 
      a la gran certidumbre, oscuramente, 
      de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, 
      me está viviendo. 
      Que cuando los espejos, los espías, 
      azogues, almas cortas, aseguran 
      que estoy aquí, yo, inmóvil, 

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