Me quedé muda, en mi delirio;
mi corazón latía convulso;
y el batir loco de mi pulso
era en mis senos un martirio,
vivo rubor en mis mejillas.
Esta tarde casó Melisa, mi mejor amiga. Era propicio el signo: nuestras madres se hallaban
encintas. En la ruta del cortejo no se han marchitado aún las rosas; brilla aún en las antorchas la llama nupcial.
Deshago el camino con mi madre, y sueño, sueño... Tal como ella fue hoy, pudiera serlo yo. ¿Acaso no florece
mi infancia en pubertad?
Ese mismo fastuoso cortejo, las flautas, los aires nupciales y el carro florido del esposo, la pompa y la fiesta
-una tarde- será todo para mí, por mí, entre los gajos de olivo.
Y así como a esta hora Melisa se muestra desnuda ante un hombre, yo dejaré caer mis velos, y habré de saber,
en la noche perfumada y atónita, qué es el amor. Y más tarde, quizá, ansiosos pequeñines mamarán
de mis pródigos senos.
* * *
Confidencias
A la siguiente mañana
fui a su casa.
Tímidas amapolas,
las mejillas en brasa.
Y para estar a solas
me hizo entrar a su alcoba, muy ufana.
¡Tenía por preguntarle tantas cosas!
Pero al mirar su cíngulo ceñido
a la altura de las nuevas esposas,
¡por las diosas!
sufrí total olvido
y no osé ni abrazar su cuello erguido.
No ver cambio indiscreto
en su rostro me llenaba de asombro. Todavía
era mi amiga fiel, me parecía.
Pero desde la víspera nupcial, ese secreto
que me llenaba de susto reprimido,
mi amiga habría aprendido.
Súbito, me senté en su regazo;
en redor de su cuello puse el brazo,
y murmuré a su oído
como vivaz epodo,
las preguntas ansiosas.
Entonces ella, con las mejillas juntas, ruborosas,
-entonces ella me lo dijo todo.