El primer amante me ciñó un collar de perlas nacidas en ignoto mar; con él, un palacio y esclavas sin par y un templo y un trono pudiera comprar.
El segundo amante dijo en mi loor: -Si de tus cabellos el negro esplendor desatas, la noche se esparce en redor; y de tus azules ojos al fulgor la mañana enciende su primer albor.
El tercer amante -lo tuve hasta ayer- de toda hermosura tenía en su ser; tan solo mirarlo era ya un placer que aún a su madre hacía estremecer... Su frente, su boca -tibio rosicler- sobre mis rodillas venía a poner.
Tú, nada me dices; tú, nada me das: ni joyas, ni versos, ni es bella tu faz; nunca fina clámide ceñiste quizás... Sin embargo, túya siempre me verás cual los tres amantes me vieran jamás.
Esta tarde casó Melisa, mi mejor amiga. Era propicio el signo: nuestras madres se hallaban encintas. En la ruta del cortejo no se han marchitado aún las rosas; brilla aún en las antorchas la llama nupcial.