Me gustaría daros, amantes en la orilla, el tronco de algún árbol donde pudierais todos grabar las iniciales. Un álamo o un pino, o un roble, o algún chopo, o la acacia de un parque meticuloso y frío que desdeñáis por este salobre aire del mar. Sí, un árbol para cada pareja, un árbol trise como todas las cosas que sirven al recuerdo. En el largo paseo ni una mata, ni un trino, ni una sombra. En lugar de rosa y margarita que deshojar, el alga, la podrida y rotunda, fuerte esencia marina. El faro allá a lo lejos ilumina de pronto el abrazo furtivo y hace, cómplice, guiños. Un árbol sin raíces, al aire, os traería. Si alguna vez amantes de este rincón, hubiera olvidado el mensaje de mayo, y la que os canta, mi voz, ya no sintiera su anuncio, os dejaría mi garganta, y en ella -como en un viejo tronco- grabaríais el clásico corazón, la promesa, la inicial, y tal día de tal año, en cualquiera y feliz primavera. Mi garganta aún podría servir de algo al amor.
A mí la nieve me quema siendo la nieve tan fría...
¿Que dentro? Salgo a la calle. ¿Que fuera? -No, ¿Que de día? -Yo salgo de noche. ¿Que de noche? Y mi alma se empina para darse contra el sol rotundo del mediodía.
Me gustaría daros, amantes en la orilla, el tronco de algún árbol donde pudierais todos grabar las iniciales. Un álamo o un pino, o un roble, o algún chopo, o la acacia de un parque meticuloso y frío que desdeñáis por este
La casa es como un pájaro prisionero en sí mismo, que no medirá nunca la longitud del trino. Encarcelada ella que no yo, pues la habito conociéndola, y pongo mi cuidado y mi tino en algo que no sabe ni sabrá de mi cuido.